JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • Tras el descalabro sufrido por el Partido Popular, al nuevo líder le espera la tarea de reubicarlo en ese espacio del moderantismo centrado que siempre ha alardeado de ocupar

Llamaba Aristóteles «peripecia», en su ‘Poética’, a la circunstancia imprevista que, una vez descubierta en la «anagnórisis», lleva al héroe trágico a hacerse cargo de su situación y a afrontar el inexorable destino que los dioses le tenían asignado. En el caso de Edipo, por ejemplo, fue el enterarse de haber matado a quien resultó ser su padre y haberse acostado con quien más tarde sabría ser su propia madre la «peripecia» que lo arrojó a la tragedia que el oráculo de Delfos le había anunciado. «Peripecia» y «anagnórisis», aunque no son la tragedia, la desencadenan. En la crisis del Partido Popular, aquellas tres comparecencias públicas -la de Díaz Ayuso, la de García Egea y la radiofónica de Pablo Casado- fueron también la «peripecia» que sirvió para poner al descubierto la hasta entonces camuflada ineptitud de sus líderes y desencadenar la tragedia que estos días padece. Más relevante, pues, que hurgar en la «peripecia» de las comparecencias, cuyo contenido emplaza a los jueces, es asomarse al abismo de incompetencia política, rencillas personales y malas prácticas que aquella abrió y que constituye el trágico caos hoy expuesto a la vista de la militancia y de todo el que a él quiera asomarse.

En nuestro caso, no habría hecho falta siquiera acudir a oráculo ni a «peripecia» algunos para reconocer la tragedia que venía gestándose y habría de aflorar en uno u otro momento. Era patente la debilidad de un liderazgo que nació no por méritos propios, sino por la mutua inquina entre quienes, no pudiendo ganárselo para sí mismas, optaron por endilgárselo a un tercero cuyo «cursus honorum» se reducía al atrevimiento de aspirar a ejercerlo. Era, pues, previsible que el destino se interpusiera algún día en su camino. La inconsistencia en las ideas, la desmesura en la crítica, la duda en las alianzas, las estrategias erráticas y la incapacidad de moderar la acción opositora con el sentido de Estado fueron los vicios que arruinaron una carrera prematuramente emprendida. Pero no es cosa de entretenerse en indagar el pasado, cuando es el futuro el que ha de ser ahora afrontado en toda su crudeza e incertidumbre.

Talante personal, firmeza de convicciones y proyecto realista serán las claves

Resulta, a este respecto, penoso encontrarnos, para empezar, con que la crítica situación que atravesamos, con una invasión de Ucrania que exige posicionamientos claros y razonados, haya de enfrentarse a la ausencia, en el primer partido de la oposición, de un liderazgo sólido que ha sido pospuesto por un dudoso sentido de la dignidad y una excesiva condescendencia para con quien, durante un mes, renqueará cual «pato cojo» hasta que, inerte e inerme, dimita en diferido. Los tiempos, siempre azarosos, han resultado intempestivos. Pues, también aquí, en el interior, la transcendental decisión que habrá de adoptar el partido en Castilla y León sobre las alianzas con que se pretende gobernar vuelve a recaer, al menos formalmente, sobre quien no podrá asumir la responsabilidad de rendir cuentas de sus consecuencias. No son cosas banales. El nuevo liderazgo no podrá llamarse andana, por incomparecencia, en asuntos que, como la eventual incorporación de Vox a un gobierno regional o el de la citada invasión que de tan cerca nos afecta, marcarán el futuro de la política del partido y del país. Los Estatutos internos no deberían servir de excusa. No hay «interinazgo» que pueda suplir el liderazgo.

Son los mencionados ejemplos circunstanciales de la tarea que deberá afrontar, cuando se instale, el nuevo liderazgo del partido. Pero, si en algo pudiera aquella mejor resumirse, sería en la reubicación de sus siglas en el espacio que siempre dijo querer ocupar y que, como esas zonas del país que acaparan hoy el adjetivo, se arriesga a quedar «vaciado» por la polarización que los extremos azuzan. Y, si en ambos bloques, el de la derecha y el de la izquierda, se dan problemas de similar naturaleza, es en el de aquella donde la relación entre moderantismo y radicalismo está desequilibrándose a favor del segundo a pasos alarmantemente agigantados. Ese es quizá el más grave daño que cabe atribuir a las dudas e incoherencias anteriores y que el nuevo liderazgo está urgido a reparar. Talante personal, firmeza de convicciones y proyecto realista, pegado a la calle, serán claves para reencontrarse con una ciudadanía que ha dado muestras de no querer verse arrastrada a aventuras. Dicen los suyos que éstas características son las que adornan a quien se perfila como líder renovado y renovador. Pues de su leal apoyo dependerá que pueda llevarlas a la práctica.