EL MUNDO 03/12/13
ARCADI ESPADA
El General Armada, y ya para siempre, es el último símbolo de un cierto cesarismo español. La tentación de resolver por fuera los problemas de la democracia. Cuando el proyecto de Adolfo Suárez agonizaba, desbordado por su formidable magnitud (¡cómo pudo ocurrírsele que los españoles dejaran de matarse!) el general mantuvo innumerables conversaciones, en su nombre y en el regio nombre que arrastraba, por los salones de Madrid. Y también por provincias. Célebre fue la comida organizada en la casa del alcalde de Lérida, Antoni Siurana, y a la que asistieron también Joan Reventós y Enrique Múgica, el 22 de octubre de 1980. Las especulaciones sobre esa comida han sido infinitas, y tocadas todas, probablemente, de la falacia retrospectiva. La última noticia la da Raimon Obiols en sus recientes e interesantes memorias. Su versión es tranquilizadora respecto a la participación de algunos socialistas en conspiración alguna. Aunque hay un dato algo inquietante, que yo no conocía: Reventós acudió al encuentro animado por el propio Felipe González: «Juan, tú tienes buen olfato y me gustaría conocer tu opinión sobre Armada». Años antes, en sus generalmente plúmbeas memorias, Jordi Pujol había dejado ir también un párrafo doloroso sobre Múgica, que lo visitó en el verano de 1980 para preguntarle «como veríamos que se forzase la dimisión del presidente del Gobierno y su sustitución por un militar de mentalidad democrática». Al margen del juicio fáctico que finalmente dicte la historia, no hay duda de lo barato que les salieron a los socialistas estos encuentros: para calibrar el precio basta con imaginar ágapes similares con políticos de la derecha donde el nombre o la propia presencia de Armada hubiesen circulado con agilidad semejante.
Armada ha muerto (habrá delicadísimas camelias en su tumba), y con su fallido golpe murió también el militar como poder fáctico, el espadón mecido y adulado por la conspiración civil. Los poderes fácticos, sin embargo, conservan buena salud. No solo siguen ejerciendo, sino que lo hacen con gran eficacia, y mejorando lo presente. Entre las correcciones a la democracia del general Armada y las del banquero Jean Claude Trichet no cabe duda de que hemos progresado admirablemente.