PEDRO CHACÓN-EL CORREO

El flamante vencedor de las elecciones autonómicas andaluzas, Juan Manuel Moreno Bonilla, nació en Barcelona. Ya sé que él no se enteró de nada, porque sus padres lo llevaron de vuelta para Málaga cuando tenía apenas unos meses, pero el solo hecho de que en su carnet de identidad conste como nacido en Barcelona le confiere al personaje un rasgo simbólico clave. El mismo que el de tantos cientos de miles de personas, familias enteras, que hicieron ese mismo trayecto. La mayoría se quedaron, tanto en Cataluña como, en menor proporción, pero igual significado político, en Euskadi.

Mi familia sin ir más lejos. Hoy en día mis padres están enterrados juntos en el cementerio de su pueblo sito en el centro geográfico mismo de Andalucía. Así es como querían estar, como nos dijeron tantas veces en vida. El municipio se llama Badolatosa, que está en Sevilla pero lindando con Córdoba y Málaga. En el mapa de resultados electorales aparece teñido de verde, frente al azul mayoritario circundante. Es de los pocos municipios donde ha ganado Por Andalucía, debido a una cultura local muy de izquierdas, comunista y más allá, que explica fenómenos como el de la cercana Marinaleda.

No sé si al ganador absoluto de estas elecciones le hubiera beneficiado recordar su condición originaria de charnego pródigo. Aunque eso a él, vitalmente, no le dejara ningún rastro, sí hay ahí un significado profundo, visto en perspectiva: Moreno Bonilla marca el final de las grandes migraciones interiores del sur al norte, las que conformaron el sustrato biográfico de la España actual. Mis padres, por ejemplo, votaron siempre al PSOE porque era el partido de Felipe y Guerra, sus paisanos. Y como mis padres toda mi familia aquí y en Cataluña. Pero aquel PSOE ya no es el de Pedro Sánchez ni el de Adriana Lastra, a la que le queda ahora recurrir a Castilla y León de nuevo, porque el resultado de Andalucía no se acopla a su peculiar lectura política.

Aunque para Juanma no signifique nada haber nacido en Barcelona en 1970, su victoria absoluta en Andalucía es, por eso, de un simbolismo extraordinario. De haber crecido en Cataluña, quién sabe si votaría hoy independentista, como muchos de su misma condición y raíces. Al PP, que alguien con esa trayectoria vital gobierne Andalucía, le otorga un capital político impagable. Pero su incontestable triunfo, ¡ay!, resulta de vuelo bajo. Él prefiere la gestión, la moderación, la humildad. Que están muy bien, qué duda cabe. Pero, ¿cuándo veremos por fin un PP que emocione?