IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

El domingo, los electores andaluces eligieron la sensatez y premiaron el sentido común -¿no es sorprendente que nos sorprenda tal proceder?-. Además, castigaron la inutilidad y las estridencias. Dieron un apoyo histórico, por lo masivo, a Juanma Moreno, que es un compendio de sencillez y cordura; asesinaron al cadáver de Ciudadanos por su inutilidad; castigaron a la extrema izquierda por sus luchas internas y su comportamiento infantil, y le dieron una bofetada a Pedro Sánchez, en los dientes de la boca de Juan Espadas, el candidato del PSOE. No se lo merecía y no hay dinero para pagar el papelón que le obligaron a representar.

No hay duda de que pasó tal cosa. El voto de castigo no era para Espadas. ¿Por qué razón había que castigarle? El castigo fue para Sánchez, quien supuso erróneamente que sus acuerdos de gobierno con la extrema izquierda tan solo le iban a impedir dormir a él, que sus acuerdos de legislatura con partidos catalanes que desprecian a los inmigrantes andaluces y les impide hablar en su lengua le iban a salir gratis y que sus abrazos con Bildu eran vistos con ternura por los parientes andaluces de los guardias civiles asesinados por ETA. Sin olvidar que los andaluces le creyeron y trataron de impedir el acceso de Vox al Gobierno, solo que eligieron la fórmula directa de votar para ello al PP y darle la mayoría absoluta.

Se puede intentar que nos creamos eso de que tanto Andalucía como Madrid no son España -de hecho, no lo son-, pero es un empeño inútil tratar de aislar lo que ha pasado allí de lo que va a pasar en las generales. Porque a Pedro Sánchez le quedan por subir varias estaciones de su particular calvario, que es el nuestro, porque nos lleva a todos del ronzal. Le (nos) queda la crisis de deuda, que solucionará la Unión Europea, a cambio de que los hombres de negro se mezclen con los turistas del verano y lleguen a España más pronto que tarde. Y vendrán a exigir ajustes y recortes, como hicieron con Rodríguez Zapatero, el manirroto anterior. Y mientras, sufrirá (sufriremos) el desgarro de la inflación que cada día recuerdan a los españoles el frutero de la esquina, el pescadero de enfrente y el encargado de la gasolinera de la salida del pueblo.

A Pedro Sánchez se le acaba el rollo y el chollo, y pronto le pasarán al cobro las facturas de sus múltiples errores. Puede remodelar el Gobierno y destituir a multitud de ministros cuyo nombre nadie conoce y que nadie recordará. Será igual, porque a él le conoce todo el mundo.