José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Grave asunto para José Luis Ábalos que podría justificar su dimisión por el desafío a la Unión Europea al entrevistarse con la sancionada vicepresidenta de Nicolás Maduro
En febrero del pasado año Pedro Sánchez reconoció a Juan Guaidó como «presidente encargado» de Venezuela, tras desatender Nicolás Maduro el requerimiento de la Unión Europea de convocar elecciones libres. El presidente del Gobierno hizo coincidir el reconocimiento a Guaidó con los formulados por Alemania, Reino Unido, Francia, Dinamarca, Austria y Suecia, después de que Estados Unidos y varios Estados latinoamericanos —no México— se adelantasen a encumbrar al líder opositor contra el chavismo.
No es coherente con ese pronunciamiento institucional de Sánchez su negativa a recibir al «presidente encargado» de Venezuela, cuando sus colegas europeos lo han hecho sin reticencia alguna. Parece obvio que las especiales vinculaciones de Podemos con el régimen venezolano, y de los grupos a la izquierda del PSOE en general, son las que determinan esta equivocada decisión del jefe del Ejecutivo español que se desalinea de la política europea respecto de Venezuela y provoca un debate muy destructivo en el seno de su propio partido en el que compiten con posturas distintas Felipe González —partidario por completo de combatir a Maduro reconociendo a Guaidó más allá de la declaración institucional de febrero pasado— y José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha distinguido por su benevolencia con el régimen chavista con el que mantiene una relación que podría calificarse de cordial.
Por otra parte, la entrevista el pasado lunes del ministro José Luis Ábalos con la vicepresidenta de Maduro en el aeropuerto de Madrid se suma a la errónea decisión de Sánchez. Delcy Rodríguez está incluida en una corta pero muy significativa lista de personas relevantes a las que la Unión Europea le ha congelado sus activos en todos sus Estados miembros con expresa prohibición de viajar o instalarse en los que están adheridos al espacio Schengen que son 26, incluida Suiza. Se le imputa atentar contra los derechos humanos. Grave asunto, pues, para el titular de la cartera de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana que podría justificar su dimisión mucho más exigida por su desafío a la Unión Europea que por presiones de política interna española.
Estamos ante la primera crisis del Gobierno de coalición. Y no es casualidad que el boquete internacional que el asunto venezolano le ha abierto al Ejecutivo tenga una relación cualificadísima con las amistades internacionales de Pablo Iglesias y su partido que no guardan coherencia con las posiciones del PSOE en la UE y en Latinoamérica. Felipe González es un expresidente con mucha capacidad de referencia en temas americanos y que recaba respeto en todos los Estados de habla hispana y en Brasil. A ellos viaja el político socialista con asiduidad y es considerado por las cancillerías y por los ‘think-tanks’ especializados en asuntos públicos internacionales más acreditados como uno de los mayores expertos en la política de la región. Y este viernes González fue inequívoco en la significación que otorgó a Guaidó.
Antes o después, con este motivo o con otro, las costuras del Gobierno se iban a tensar. En un doble sentido: en el seno del propio Gabinete y dentro del Partido Socialista. El afán por la cohesión entre el PSOE y UP no debería llevar a incoherencias tan graves como la que acaba de protagonizar Sánchez —y Ábalos si se confirman, como parece, los detalles de su clandestina entrevista con la vicepresidenta de Maduro—. El presidente no puede dejar de considerar que es también secretario general socialista y que en su partido se concitan reticencias importantes a propósito de la coalición con Iglesias que él mismo explicitó de una manera nítida cuando le vetó como miembro de su gobierno. Sus inquietudes de antaño son las que no pocos cuadros socialistas siguen manteniendo hogaño.
La crisis chavista en la que se ve envuelto el Gobierno, y el PSOE, responde a la misma clave personalísima de hacer política de Pedro Sánchez: la contradicción, la ufanía en desdecirse casi sin solución de continuidad, la volatilidad de sus planteamientos, la naturaleza gaseosa de sus compromisos y un tactismo que optimiza la oportunidad y la coyuntura antes que las posiciones de fondo y largo recorrido.
Por lo demás, el mimo que el Gobierno dispensa a Nicolás Maduro y, por derivación a su régimen totalitario, justifica la sospecha de que hay trazas de iliberalismo izquierdista en las políticas gubernamentales. Este es un Gobierno con síntomas autocráticos, con una preocupante tendencia al desconocimiento de los límites que marcan pactos y normas. Quizás en esta ocasión, ni Sánchez ni Ábalos hayan calculado correctamente la envergadura de su desinhibición respecto de la palabra dada y de los compromisos internacionales. Y se hayan confundido sobre la irreductible pluralidad de criterios en el PSOE. Sánchez debe proporcionarnos sin más demora una cierta previsibilidad en sus decisiones evitando así nuevos desconciertos y perplejidades.