Ignacio Camacho-ABC
- La empatía transversal de los españoles con el pueblo ucraniano carece de consenso político en el arco parlamentario
El domingo pasaron por Sevilla los Niños Cantores de Viena, a teatro lleno. En un momento dado, el director del histórico coro –por cierto bastante venido a menos respecto a su reputación de mito musical europeo– presentó a sus miembros destacando la nacionalidad de cada uno de ellos: austríacos, alemanes y coreanos, mezclados con un húngaro, un croata, un chino, un japonés y un checo. Y al señalar a un rubiales alto y flaco y pronunciar la palabra «Ucrania», los mil setecientos espectadores prorrumpieron en el aplauso más largo, emocionado e intenso de todo el concierto. No fue un pronunciamiento político, ni una proclama antirrusa del mismo público que se había volcado en febrero con Anna Netrebko, ni mucho menos una sacudida de espontáneo ardor guerrero; sólo una ovación sentimental, surgida a bote pronto del corazón de la concurrencia como algo más profundo que una expresión de afecto o de respeto: el sincero homenaje solidario de un pueblo a otro pueblo.
No hay ninguna duda, ahí están las encuestas para demostrarlo, del vínculo empático con que la inmensa mayoría de la opinión pública española se siente conectada a la ciudadanía del país atacado. Ese estado de ánimo conmovido es el fruto de una reacción natural, un movimiento humanitario ante la injusticia del asalto armado que ha provocado la diáspora de millones de ucranianos. De ahí que el giro de Trump y su decisión de imponer una paz desequilibrada a favor de la potencia agresora haya sido recibida con un perplejo rechazo incluso entre buena parte de la derecha que saludó con entusiasmo la reelección del presidente americano. Sin embargo, esa sensibilidad colectiva carece todavía de un cauce adecuado que la represente en la escena política, cuya dirigencia se muestra incapaz de superar su tradicional tendenciosidad partidista pese a existir un amplio consenso social sobre el derecho de la nación invadida a defender su territorio y su soberanía.
Las dos fuerzas que suman más de dos tercios del arco parlamentario se resisten de manera incomprensible a actuar unidas aunque su visión del conflicto bélico no sólo es exactamente la misma, sino coincidente también con el criterio europeísta. El empeño de Pedro Sánchez en levantar un muro de frentismo tropieza con la inclinación putiniana de los socios alistados en su coalición ‘de progreso’, ligados a Rusia por su colaboración en el ‘procès’ catalán o por un resabio nostálgico del antiguo bloque soviético, pero al presidente le desagrada la idea de depender de la oposición para un acuerdo que en una democracia normalizada debería caer por su propio peso y en la nuestra choca contra la falta de sentido institucional del Gobierno. De este modo, la diáfana transversalidad moral de los votantes del PSOE y del PP se queda privada de un correlato en el Congreso. En España, el niño de la escolanía vienesa está políticamente huérfano.