Juan Carlos Girauta-ABC
- Ahora viene lo gordo. El Gobierno se pone remolón y pide que se lo pidan: «Si me lo rogáis, igual decreto el estado de alarma»
Imaginemos que un marciano nos visita cada seis meses y hoy llega su platillo. Habría que jurarle que sigue el mismo Gobierno. El que lanzó a los cuatro vientos la campaña del «Salimos más fuertes». El que en julio nos instaba a echarnos a la calle. El que pretendía haber vencido a la peste con una férrea centralización. Señor marciano, de verdad que es el mismo, lo que pasa es que usted no imagina la versatilidad, la flexibilidad de Sánchez. Ríase de la contorsionista del Circo Price. Una estaca al lado de este prodigio.
Porque con el peor gestor de la peste en Europa, y uno de los peores del mundo, lo cierto es que salimos trágicamente débiles, que los del confinamiento más duro sufrimos los más luctuosos resultados. Sacrificamos la economía para salvar vidas y perdimos 60.000 vidas para caer en la miseria que se viene. Mientras, lo que ocupa al Gobierno y a sus poderosos amigos zotes es la promesa de un maná europeo. Muchos ceros a la derecha para tanto cero a la izquierda. La rebatiña será tan formidable que uno imagina la mañana después como aquella escena de El perfume de Patrick Süskind: «La población de Grasse se despertó con una espantosa resaca. Incluso aquellos que no habían bebido tenían la cabeza pesada y náuseas en el estómago y en el corazón».
El que lo quería todo centralizado, porque una peste es una peste, invita ahora a las comunidades autónomas a asumir sus responsabilidades porque una peste atañe a la Sanidad, y eso está descentralizado. Palabra, señor marciano. ¿Qué dice, amigo extraterrestre? Espere que me ponga el traductor telepático. Así. ¿La oposición? Pues mire, ahora mismo están distraídos con un fratricidio, pero corre un partido otrora liberal que no aguanta más sin que Sánchez cercene libertades, y ya se ha puesto a tiro. ¿Que tienen tragaderas? ¡Ni la tragasables del Circo Price! ¿Que qué me pasa con el Price? No sé.
Y ahora viene lo gordo. El Gobierno se pone remolón y pide que se lo pidan: «Si me lo rogáis, igual decreto el estado de alarma». Pero es que no hay otra manera de obligar a la gente a encerrarse en casa, ¿sabe? Venga, doctor Fraudez, confínenos, alármenos, sométanos, por Dios. Está bien, responde magnánimo el contorsionista del Circo… Déjelo… Está bien, responde, pero tenéis que garantizarme que lo prorrogaréis durante seis meses.
Mire, buen marciano, aquí hay una Ley Suprema que impide esa salvajada. Salvajada, sí, porque las normas que limitan derechos hay que cogerlas con pinzas. Y si bien es concebible que a base de prórrogas de quince días se llegue a los seis meses, sería una flagrante ilegalidad alcanzar ese período con un solo acto. Y como eso lo sabe hasta el más lerdo -posición ciertamente disputada en el Ejecutivo- a lo que van es a un compromiso político que burle las limitaciones. Pero ese compromiso no tiene fuerza jurídica y es una burla propia del payaso del… ya me callo.