El círculo se cierra

EL MUNDO 01/08/13
JOSEBA ARREGI

· El autor asegura que los gobernantes tienen que dar explicaciones para que la democracia no se marchite
· Incide en que debe practicarse la «cultura de la dimisión» para que la sociedad se limpie y no enferme

El punto al que ha llegado la política española pudiera ser un punto de no retorno: nada será igual de aquí en adelante, los elementos básicos deben cambiar, algo parecido a un nuevo comienzo se hace necesario. Pero para que algo de esto sea haga realidad es preciso cerrar el círculo, beber el cáliz hasta el final. Y esto no siempre sucede, porque no es tan fácil cerrar el círculo.
La cuestión de la moción de censura lo pone de manifiesto: fue planteada no para cambiar de Gobierno, o de presidente de Gobierno, sino para otra cosa, para obligar al presidente del Gobierno a comparecer en el Parlamento. El presidente va a acudir hoy, la moción se queda sin contenido colateral, pues no tenía contenido propio, y probablemente nada va a cambiar. Seguirá el mismo Gobierno, el mismo presidente, la misma oposición, la misma ciudadanía hastiada y el mismo agotamiento político.
Algo parecido sucede con las exigencias de transparencia en la política, con la propuesta de Ley de transparencia: fuera con la opacidad de las decisiones en la política, claridad y transparencia de los actos políticos, conocimiento del trasfondo de los actos administrativos, explicación de todo lo que se hace y de los porqués. Algo realmente necesario para que la cultura democrática no se marchite.
Pero todos sabemos por experiencia propia que un ser humano al cien por cien transparente a sí mismo es imposible, de la misma forma que es imposible un ser humano que no olvidara nada de todo lo que ha hecho, pensado, imaginado, soñado y vivido en su vida. Si la transparencia fuera completa a nivel individual, Freud sobraría, y si la transparencia fuera completa a nivel social, Marx y su crítica ideológica también estarían de sobra.
Valga lo dicho para recordar algo que se atribuye a Winston Churchill, pero que bien pudiera ser de cualquier otro político británico, y que refleja una profunda convicción liberal británica: la democracia es la segunda mejor forma de gobierno, siempre que no se olvide que no hay primera. La verdad de este dicho radica en que la democracia ha abjurado de la posesión de las verdades últimas, ha abjurado de la perfección, ha asumido la provisionalidad de sus fundamentos, se sitúa en el plano del perfeccionamiento y de la mejora constante, sabiendo que no son alcanzables.
A Lord Acton se le atribuye otro dicho importante: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. La tarea de la democracia consiste precisamente en evitar que el ejercicio del poder se convierta en absoluto. En democracia no caben dogmas, ni verdades últimas –ni religiosas ni laicas–. La democracia es siempre, a lo más, el penúltimo nivel. Evitar el poder absoluto, la verdad definitiva, la justicia perfecta, la trasparencia total es la garantía de la libertad de conciencia: las leyes obligan, menos a tenerlas por verdad definitiva.
Si el ser humano es todo menos perfecto, ¿por qué sus obras serán perfectas? La suma de muchos seres humanos no garantiza la superación de las limitaciones individuales, en todo caso la multiplicación de las imperfecciones individuales. La democracia es tanto más democracia cuanto más se asiente en el convencimiento de su propia imperfección. Lo cual no es un cántico a la desidia, a la vulgaridad, a la falta de conocimiento, a la corrupción de los políticos, y de quienes corrompen a los políticos, y de la cultura en la que se asientan los políticos, una cultura caracterizada por la famosa pregunta: ¿con IVA o sin IVA?
Nos hemos empeñado en dar la batalla por la transparencia mayor posible en unos momentos en los que la corrupción acumulada durante demasiados años se nos ha hecho brutalmente presente. Parece increíble que esta historia de corrupción se pueda saldar, se vaya a saldar sin dimisión alguna, la única forma de asumir las responsabilidades políticas, aunque esta vez sí parece que pueda haber condenas penales. Pero el único problema no es el de la falta de transparencia. En el fondo hay otros dos problemas de no fácil solución: la financiación de los partidos políticos y el nivel de pago de los políticos.
Si los partidos políticos cumplen un papel constitucionalmente definido y garantizado, habrá que preguntarse cómo se financian. Y si queremos seguir contando con partidos de masas, y no con clubes de élite, parece algo simple decir que se financien con las cuotas de los afiliados. Lo mismo vale para los sindicatos. Lo que es preciso establecer son los mecanismos de control –rápido y con consecuencias– de la financiación, pública y privada, que reciban los partidos. Y habrá que definir cuál es el nivel adecuado de compensación económica que deben recibir los políticos: el sueldo del presidente del Gobierno central es una vergüenza nacional. A lo que deberá acompañar el nivel de exigencia a los políticos, exigencia respecto a su preparación profesional, exigencia respecto a la capacidad de ganarse la vida decentemente fuera de la política, para que puedan ser libres y opinar críticamente.
Pero el cierre del círculo se pone también de manifiesto con algo bastante típico de la cultura política española: el debate entre medios de comunicación. Se podría decir que el debate político alcanza su culmen en España cuando el tema debatido llega a ser un debate entre los medios de comunicación, de crítica de unos a otros, y doble defensa corporativa, de los periodistas en bloque contra el poder político, y de los periodistas de un grupo contra todos los demás, políticos y grupos periodísticos.
Cuando se llega a este punto se puede afirmar que el debate político ha llegado a su término y que queda ya poco por decir. Los periodistas en bloque corporativo defienden su función de informadores y ayudantes de la verdad frente a la voluntad de ocultamiento del poder político. Pero quizá debieran preguntarse si en España, en todo tipo de medio de comunicación, no se han desdibujado demasiado, y desde hace demasiado tiempo, las líneas entre información, valoración y juicio. Y lo que diferencia a unos medios españoles de otros no es la distinta forma de informar, la calidad de la información en sí misma, sino la valoración política y el juicio político –de programas, decisiones y personas– que perciben los ciudadanos.
Un informativo televisivo que dure más de veinte minutos es imposible sin novelar la información. Es cierto que la prensa escrita diferencia noticias, artículos firmados y editoriales. Pero las fronteras se han desdibujado hace mucho tiempo. Y hay demasiadas informaciones firmadas. Y existe una atmósfera general de cada medio, que es la que corporativamente se defiende frente a otros medios.
CUANDO EN LOS MEDIOS de comunicación el propio medio se convierten en noticia algo pasa. Más de uno habrán pensado, desde la transición, que las élites antifranquistas podían haber caído, profesionalmente, tanto del lado de la política como del periodismo, de forma que ni los políticos renunciaban a controlar los medios y la información, ni los periodistas renunciaban a controlar, y dirigir, la política. Esta situación ha hecho que los medios españoles se hayan implicado tanto en los recovecos de la política, defendiendo claramente, y siempre, a un partido frente a otro, e incluso hayan optado por tratar de influenciar las opciones personales internas de uno u otro partido político.
Es evidente que en todo el mundo cada medio tiene un sesgo ideológico. No es algo criticable. Sí es criticable que desde los medios se pretenda incidir directamente en la política, que se opte por un partido u otro, y, peor aún, se opte por unos políticos u otros, incluso dentro de un mismo partido. Cuando se llega a ese extremo, se ha cerrado el círculo, se ha acabado la película y nos quedamos sin salidas. A no ser que recordemos que la democracia es el reino de la imperfección.
Una democracia que no practique la cultura de la dimisión, al menos muy de vez en cuando, da señales de estar algo enferma. Una democracia en la que los políticos se pongan de acuerdo en que la única forma de asumir responsabilidades políticas es vía imputación o sentencia penal, está enferma. Una democracia en la que el debate político de ideas, de programas, de proyectos es sustituido por el griterío exigiendo dimisiones continuamente y a diestro y siniestro, está devaluando la cultura democrática.
No sé si aún estamos a tiempo de encauzar la democracia española. Igual hay que esperar a que en cada partido salga el Bárcenas de turno. O igual hay que esperar a que los periodistas y todos los ciudadanos cumplamos con un pequeño porcentaje de lo que exigimos a los políticos.