EL MUNDO – 25/06/17
· Cinco de los 14 obispos son abiertamente soberanistas y partidarios del ‘derecho a decidir’.
En el centro del altar monumental de la basílica de la Sagrada Familia campea una senyera. Como fondo de la cruz. El símbolo del cristianismo arropado y fundido en la bandera catalana. Como si la esencia de Cataluña y de la fe fuesen la misma cosa. Es como si la identidad catalana llegase al altar y pretendiese quedarse. Solo ella y en exclusiva.
Es la comunidad española más secularizada y la que menos pone la equis en la declaración de la Renta a favor de la Iglesia. Sólo la mitad de la población se define como católica, un 30% se declara atea o agnóstica y el resto participa de otras religiones. De hecho, desde 1980 hasta 2017, el número de católicos practicantes ha pasado del 33,8% al 13,7%, lo que indica una caída de 20 puntos.
Una población catalana, pues, culturalmente católica, pero cada vez más alejada de la Iglesia, dirigida por dos arzobispos, ocho obispos residenciales y cuatro auxiliares. En general, se puede decir que todos los obispos que trabajan en Cataluña son catalanistas, hablan su idioma y se sienten parte de su pueblo.
LA INCULTURACIÓN. Como dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium, la fe entra en las personas a través de los pueblos y de su cultura. Para un obispo, encarnarse e inculturarse es hacerse uno con su gente, hasta identificarse con el alma del pueblo al que pastorea. Obispos encarnados u obispos catalanistas son, pues, los 14 prelados. Unos de corazón y de nacimiento, otros por convicción y todos por fidelidad al principio de la encarnación evangélica.
Clara y abiertamente independentista se declara en público el obispo de Solsona. Monseñor Novell, partidario confeso de la autodeterminación, asegura que «el derecho de los pueblos a decidir es más importante que la unidad de España» y, por eso, invita a sus fieles a implicarse «en el proceso de participación ciudadana en la elaboración de la nueva Constitución». Según los cálculos basados en las declaraciones de los propios interesados, hay al menos otros cuatro obispos claramente soberanistas.
En concreto, serían el citado Xavier Novell, de Solsona; Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell y copríncipe de Andorra; el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol; el obispo de Gerona, Francesc Pardo, y el auxiliar de Barcelona, Sebastiá Taltavull.
En el frente catalanista, pero no soberanista, estarían: el cardenal electo Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, así como sus dos obispos auxiliares, Sergi Gordo y Antoni Vadell, recientemente nombrados; el obispo de Tarrasa, José Ángel Sáiz, y su auxiliar, Salvador Cristau; el titular de Vic, Romá Casanova; el de Lérida, Salvador Jiménez; el de San Feliú de Llobregat, Agustín Cortés, y el de Tortosa, Enrique Benavent. En cualquier caso, toda la jerarquía catalana asume y hace suyos los documentos del catalanismo religioso, que apuntan a la inculturación.
LAS RAÍCES. La Biblia del catalanismo religioso se redacta en 1985. Se trata de un documento, obra del obispo nacionalista Joan Carrera, titulado Les arrels cristianes de Catalunya, en el que se aborda en profundidad la relación entre el catolicismo y la sociedad catalana. En él, se recogen elementos de la identidad de Cataluña, «nacida políticamente hace 1.000 años». En 2010, los obispos lo actualizaron en otro, titulado Al servei del nostre poble, en el que reiteran su compromiso.
El documento les vale a los prelados nacionalistas para reivindicar la autodeterminación y la independencia y a los menos nacionalistas, para no decantarse por ninguna opción política concreta. Así lo hacía, recientemente, el cardenal electo, monseñor Omella, al ser preguntado sobre su postura ante el proceso independentista. Omella se remitió a Les arrels, cuando dice que «la Iglesia camina con el pueblo». Y matizó: «Es una postura sensata. Lo demás ya lo harán los políticos. Yo soy pastor y vengo con las siglas del Evangelio».
LA DIVISIÓN. La cuestión catalana lleva años en la agenda eclesial. El asunto divide tanto a los obispos, como se vio ya en 2006, en las votaciones sobre el documento Orientaciones morales ante la situación actual de España.
Ya entonces, el documento apostaba por la «unidad de España como bien moral» y 53 obispos votaron a favor y 25, en contra. Y los números siguen así o aumentaron a favor de la mayoría. La minoría está integrada, ahora, por los obispos catalanes. Incluso entre los vascos predominan los no nacionalistas.
Las posturas entre ambos bandos son irreconciliables. La mayoría cree que la unidad de España es un bien moral a proteger. «Un bien superior», porque la Iglesia se juega su credibilidad social, tal y como viene reiterando el cardenal Cañizares.
Algunos prelados catalanes consideran que el episcopado no debe «sacralizar la idea de España» ni estigmatizar a los nacionalismos. Creen que la Iglesia catalana traicionaría sus raíces si no bendice lo que decida su pueblo.
Hilari Raguer, monje de Montserrat, lo tiene claro: «Es doctrina universal de la Iglesia que el cuarto mandamiento, que manda honrar a nuestros padres, exige asimismo amar y servir a la patria pues, como decía Pío XI, el patriotismo es la forma más amplia de la caridad cristiana. Pero hay pueblos y gobiernos que sacrílegamente se arrogan el derecho de imponer a otros su propia patria. No hay autoridad humana, ni civil ni tampoco eclesiástica, que pueda dictarme cuál es mi patria. Esto solo puede salir de lo más hondo de mi conciencia».
En cambio, José Ignacio González Faus, un teólogo jesuita referente de la izquierda eclesial durante décadas, de procedencia valenciana, pero que lleva toda su vida viviendo en Cataluña, alberga serias dudas al respecto: «La Iglesia defiende claramente la autodeterminación de las colonias. Cuando se trata de una separación o división de un territorio, ya no sé si aquella doctrina se aplica también aquí».
Más aún, Faus advierte que, en este terreno «no se puede apelar a la moral, porque ni la unidad de España ni una independencia tienen nada que ver con la moral. En todo caso, la moralidad podrá estar en el modo en que se gestiona, pero no en el hecho. Por ejemplo, en que las iglesias se dediquen a poner banderas, con estrella o sin ella, como si la casa de Dios no fuera casa de oración para todas las gentes».
Mientras tanto, desde Roma se guardia un silencio respetuoso y prudente. El Vaticano no quiere mezclarse. El Papa Francisco sólo se pronunció una vez, en una entrevista a La Vanguardia, en la que sentenció: «La secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas».
Pero el benedictino Raguer interpreta así las palabras de Bergoglio: «No suponen una condena del independentismo catalán, antes bien, lo abonan, pues nuestro caso es precisamente el de una unidad impuesta por la fuerza, desde 1714 y a lo largo de tres siglos, hasta el presente, con ininterrumpidos movimientos de protesta y sus mártires». Y de hecho, uno de sus ensayos lleva este título: Ser independentista no es pecado.
EL MUNDO – 25/06/17