Carles ha descubierto, como delatan sus mensajes, que este Oriol escarmentado ya no está dispuesto a seguirle ni un metro más en su galopada ególatra
“Esto ahora ha caducado y me tocará dedicar mi vida a la defensa propia”.
Fue el día en que ERC decidió empezar a sacudirse el chantaje político del ‘expresident’. En el plazo de unas horas, Junqueras desde Estremera lo sentenció, Torrent en Barcelona lo desarmó y Comín en Bruselas lo pulverizó mostrando a las cámaras sus mensajes con calculado descuido.
Por una vez, el lunático Puigdemont ha dicho algo realista. Las dos proposiciones son ciertas: que esto (si por ‘esto’ se refiere a la sublevación secesionista) ha caducado, y que le toca dedicar los próximos años de su vida a defenderse ante lo que le espera.
En realidad, es lo que viene haciendo desde el día funesto en que abdicó de su condición de gobernante: rehusó convocar elecciones, prendió fuego a Cataluña con aquella DUI embustera y suicida y, a continuación, se montó en un coche y huyó, dejando su país enfangado en el 155 y a sus socios del comando central separatista abocados a la cárcel.
Cada paso que ha dado desde entonces se lo han dictado sus astutos abogados, y así seguirá siendo en adelante. Por eso, además de por respeto a la ley y a la razón, este individuo no puede volver a ser ni será presidente de la Generalitat de Cataluña. Todos lo saben, incluso los que de boquilla defienden su candidatura mientras conspiran para librarse de él sin que la plebe los linche.
Puigdemont fue quien provocó el 155 y empujó a sus secuaces a la cárcel. Y si se cumple su plan actual, él será responsable de que el autogobierno siga suspendido durante meses, de que Junqueras y los demás pierdan toda esperanza de salir de prisión antes del juicio y, quizá, de que se repitan en Cataluña unas elecciones convocadas por Mariano Rajoy.
El plan de Puigdemont es bloquearlo todo en defensa propia. Ya sabe que este Parlament no lo investirá, y que nadie más arriesgará su libertad por darle esa inútil revancha frente al Estado. No tiene fuerza para imponerse como ‘president’, pero sí la tiene para impedir que se vote a otro. Con el puñado de diputados que solo lo obedecen a él y los de la CUP, se necesita su consentimiento para elegir a otro candidato independentista. Y no consentirá, al menos mientras crea que sigue contando con el favor de las masas. Por eso el plan de Junqueras requiere no solo cerrarle el paso a la investidura, sino desmontar el mito. Por eso sus mensajes abochornantes vieron la luz.
El martes estallaron simultáneamente los tres conflictos que corroen al independentismo desde el fracaso de su intentona otoñal, en una intrincada mezcolanza de luchas intestinas, venganzas personales y estrategias contrapuestas:
Por un lado, la eterna disputa entre convergentes y republicanos por la hegemonía del nacionalismo catalán, que quedó irresuelta el 21-D.
Además, la quiebra personal entre sus dos dirigentes, Junqueras y Puigdemont. Oriol está convencido, no sin motivo, de que lleva 90 días en una celda —y lo que le queda— por la cobardía de Carles, que además le ha suplantado como mártir de la causa mientras se pasea por los cafés de Bruselas. Y Carles ha descubierto, como delatan sus mensajes, que este Oriol escarmentado ya no está dispuesto a seguirle ni un metro más en su galopada ególatra.
Y finalmente, la divergencia estratégica de fondo sobre lo que conviene ahora al proyecto independentista: ERC y el PDeCAT oficial dan toda la prioridad a recuperar el poder institucional —y de paso el control de la caja— y librarse del 155, mientras Puigdemont y la CUP apuestan por hacer revivir la insurrección después de derrotada.
De la sublevación frustrada se extraen tres conclusiones políticas para el nacionalismo catalán:
Que el enemigo al que se enfrentan no es Rajoy ni el PP, sino el Estado español; y que este ni se dejará destruir ni se le puede derrotar. Ellos pueden gobernar en Cataluña dentro de la ley —incluso al borde de ella—, pero no mutilar España.
Que la alternativa al autogobierno del Estatuto no es la independencia, sino el sometimiento y la autonomía intervenida por el 155.
Que en un Estado de derecho el delito no es impune por muchos votos que se tengan o muchos manifestantes que se saquen a la calle. Un descubrimiento sorpresivo para quienes, estoy seguro, mientras cabalgaban hacia el infierno nunca sopesaron seriamente las consecuencias de sus actos.
La normalización de Cataluña depende del tiempo que tarden los dirigentes nacionalistas en asumir estas tres realidades, metabolizarlas e incorporarlas a su práctica política. Y también hacérselas comprender a los dos millones de catalanes a los que han engañado consciente y continuadamente durante cinco años de ‘procés’.
Desde Pujol, el nacionalismo catalán necesita ejercer el poder para respirar. Fuera de él se asfixia como los peces fuera del agua. Seguir secundando a Puigdemont no les devuelve el poder. Saben, aunque no lo admitan en voz alta, que votar esa investidura ilegal solo sirve a Puigdemont, pero no a ellos, ni a Cataluña ni a la causa independentista. Por eso encomendaron al soldado Torrent, sicario de toda confianza del líder de ERC, la tarea de frenar en seco las pretensiones puigdemoníacas (la resolución del TC les vino de perlas).
Para completar la faena, deben cubrir otras dos etapas. La primera es encontrar y elegir a un candidato presidencial que no esté comprometido en el proceso que instruye Llarena. Si de verdad quieren separar lo judicial de lo político y abrir paso a un futuro diálogo, todos los inculpados del ‘procés’ deben seguir los pasos de Forcadell. Si obligan al Estado a sentar en el banquillo, encarcelar e inhabilitar al próximo presidente de la Generalitat y a parte de su Gobierno, el camino de la solución política del conflicto quedará clausurado para muchos años y la gangrena seguirá creciendo.
La segunda es no contentarse con alejar a Puigdemont de la investidura. Para librarse por completo de su chantaje, tienen que quitarle también la llave de las elecciones anticipadas, que ahora está en su poder. Una compleja operación de ingeniería, que requerirá cierta complicidad del Gobierno.
Ya se sabe que la política hace extraños compañeros de cama. Esta semana hemos comenzado a atisbar el juego cruzado y próximamente, en sus pantallas, se desvelará con más claridad.
Mientras tanto, el fugitivo de Flandes seguirá enredando lo que pueda, que aún es mucho. Todo, en defensa propia.