Esquizofrenia

Santiago González-El Mundo

 

Hay que reconocer a los golpistas la mínima ejemplaridad, la coherencia de predicar con el ejemplo. Querían romper España y se han tenido que conformar con romper las filas del golpismo. Lo que fue Juntos por el Sí ha terminado con el PDeCAT, antes Convergència por una parte, y ERC por otra, dos estrategias distintas para un despropósito verdadero. El canto de la gallina entonado por Puigdemont la tarde que los suyos habían elegido para investirlo en su ausencia, esos tuits en los que confiesa paladinamente su derrota al pobre Comín, no significan nada, exactamente lo mismo que cualquier otra palabra en boca de esta tropa. Sus mensajes, esa confesión de la derrota, solo tenían un corolario razonable: el desistimiento. No diré la dimisión, porque ya estaba destituido de su cargo en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y porque ya había dimitido moralmente en el momento de hacerse prófugo.

Ahora, el segundo y el tercer partido en las preferencias de los electores catalanes están divididos por las estrategias con las que piensan buscar una salida. El PDeCAT propugna la repetición de elecciones, una estrategia fantástica para que el tejido empresarial catalán siga deteriorándose, más de 3.200 empresas en fuga de momento. Tampoco parece que todo el bochinche protagonizado por el ex presidente desde su fuga, pueda proporcionarles garantías de mejorar sus posiciones, aunque esto nunca puede saberse. Los dirigentes parecen muy convencidos de la estupidez de sus adeptos, tanto como para aumentar su tirón electoral.

Esquerra ha propuesto a través del héroe de Estremera una operación igualmente imaginativa: se niegan a repetir las elecciones, pero proponen elegir dos presidentes: uno con carácter simbólico, que sería Carles Puigdemont, y otro Ejecutivo, para el que barajan cinco nombres del PDeCAT: Jordi Sànchez, que no tendrá permiso del Supremo; Elsa Artadi, la gran esperanza blanca; Eduard Pujol, ese fenómeno que se siente perseguido por un señor de edad madura en patinete, un tal Solsona y –marededeu, quina vergonya–Jordi Turull.

Así está el tema. Uno habría esperado leer más rectificaciones en todos los que afearon al Gobierno su empecinamiento en recurrir la convocatoria del pleno de investidura ante el Tribunal Constitucional a pesar del dictamen adverso del Consejo de Estado. Parece evidente que Rajoy acertaba. Baste pensar en cómo estaríamos si el Consejo de Ministros hubiera dejado pasar la oportunidad: tendríamos a Puigdemont investido por skype, o por teléfono o por fax. Ahora lo tenemos deprimido y enviando mensajes que hasta Comín pueda entender: «El plan Moncloa triunfa».

¿Y qué va a ser de Puigdemont? Le espera un futuro como el de Doc Mc Coy, el protagonista de La huida. No me refiero a la magnífica película de Peckinpah, sino a la novela original de Jim Thompson. Tras haber cruzado la frontera con el botín del atraco, Doc y Carol, su mujer, se refugian en un poblado mexicano para fugitivos, una especie de Bruselas tercermundista, para entendernos. Allí todo es muy caro, se gastan enseguida su fortuna y tienen que volver a EEUU, para caer en manos de la ley.