Arcadi Espada-El Mundo
DE TODOS los adjetivos que se le dedican el más absurdo es el de cobarde. Al parecer los delincuentes, e incluso los presuntos delincuentes, deben ir dócilmente hasta la cárcel para demostrar su valentía y que la ley se dé por satisfecha. La ley que juró desobedecer, que ha desobedecido y que no tiene intención de obedecer. Es más: en términos de lo que sería políticamente valeroso su decisión solo puede alabarse. Desde Bruselas ha logrado convencer a la fracción mayoritaria de catalunyenses de que él sigue siendo mejor presidente que el preso de Estremera. Es difícil saber qué pasará en los próximos días y cuál será la estrategia que emprenda. Pero su voluntad de enfrentamiento radical con la democracia española y la alucinación de una república catalana progresarán mejor bajo el aparato simbólico de una corte bruselense que bajo la áspera cotidianidad de la Cataluña real. Contando, además, con que en Bruselas no rige el artículo 155 podrá seguir siendo el presidente de la Generalitat auténtica, tan auténtica como aquella Falange. Y asegurando la íntima felicidad de los catalunyenses que trabajan y prosperan en la paz del 155, pero disfrutando en sus momentos de ocio del gas onírico que fluye libremente desde Bruselas.
La supuesta cobardía tiene un correlato incómodo y más parece como si voceándola se quisiera hacerlo inaudible e invisible. Afecta, en primer lugar, al gobierno de Mariano Rajoy y a su falta de audacia, vigor y resolución para exigir a Bélgica, corriendo incluso el riesgo de abrir una seria crisis europea, la entrega del prófugo en las condiciones jurídicas apropiadas a la gravedad de sus presuntos delitos. El mismo Gobierno, por cierto, que tampoco se atrevió a modificar in extremis la ley para impedir la presencia en la listas electorales de las personas que minutos antes habían intentado un insólito asalto a la democracia. Y el correlato de cobardía afecta también al Estado, en una de sus instituciones claves. La cancelación de la euroorden decidida por un juez del Supremo, que tanto confort logístico ha dado al prófugo, solo revela una mayúscula falta de carácter a la hora de implementar mecanismos judiciales que deberían haber corregido el pie forzado con el que según parece, (y solo lo parece), iba a ser entregado a las autoridades españolas.
Nacionalista, aventurero, irresponsable, desleal y hasta capullo. Pero no cobarde.