Ignacio Camacho-ABC

  • Qué clase de armonización puede propiciar un frente rupturista que sólo toca la melodía de la discordiacivil y política

Cuenta Roberto Calasso en «Las bodas de Cadmo y Harmonía», la última ocasión en que coincidieron los dioses y los hombres, cómo el collar regalado a la novia acabó sembrando la desgracia a todos sus herederos. Viene el ejemplo al caso de que el presidente Sánchez ha ofrendado a Esquerra Republicana, entre la dote de su enlace, una promesa de «armonización» de impuestos. Curioso concepto en boca de un partido cuyos dirigentes están presos por haber dirigido una insurrección institucional contra la convivencia de los españoles y los fundamentos del Estado de Derecho. Si ésa es su idea de la «amistad y buena correspondencia entre personas» (acepción cuarta del DRAE) no parece difícil interpretar el sesgo del obsequio. La trayectoria histórica del independentismo, repleta de episodios insurrectos, promete cualquier cosa menos respeto, conciliación, avenencia o voluntad de entendimiento.

Esta gente fue la que abolió la Constitución en Cataluña mediante un golpe parlamentario y unas leyes de «desconexión» que pretendían arrebatar de facto la nacionalidad española a la mitad de sus conciudadanos. La que hostigó a los funcionarios de las Fuerzas de Seguridad en sus alojamientos y amenazó a las familias de políticos y magistrados. La que prohíbe a los colegiales, incluso en el recreo, que se expresen en castellano. La que publica escritos racistas de sus líderes y etiqueta a los andaluces como vagos. La que ha empujado a cientos de empresas al traslado. La que impone el secesionismo como credo oficial y ha quebrado la Administración autonómica mientras dilapida recursos en clientelismo identitario. La que proclama su odio al Rey quemando retratos. La que despreció la solidaridad nacional cuando sufrió el ataque del terrorismo islámico. La que «armoniza» la sociedad catalana bajo un clima opresivo que condena al desarraigo a cualquier disidente de su delirio autoritario. La que lejos de arrepentirse por su alzamiento sedicioso declara su propósito de volver a intentarlo.

Esa rara noción de concordia ha encontrado inmediata y lógica sintonía en el sedicente Gobierno progresista. Sánchez e Iglesias tocan la misma melodía, la de la disolución del régimen del 78 a través de la revisión de sus bases políticas y jurídicas. Les une la común afición por las viejas querellas trincherizas, por la ruptura civil, por la división en bandos y por un clima de revancha ideológica retroactiva. Se sienten imbuidos de una superioridad moral que los autoriza a considerarse portadores de la única representatividad democrática legítima, investida incluso de la facultad de blanquear la culpa de los terroristas. Y desde esa perspectiva es natural que entiendan su alianza de poder como una fuente de armonía. Aunque, como el maldito collar nupcial del mito griego, todo lo que toquen acabe convertido en tragedia, desdicha y, finalmente, en un triste legado de cenizas.