Juan Carlos Viloria-El Correo
Pedro Sánchez se inventó una nueva figura política en el debate de investidura a la que se sometió ayer tres meses después de las elecciones. La del candidato comodín. Haciendo la cobra a la regla de las mayorías que rige en la democracia, se presentó en el Parlamento con sus 123 diputados, sin mayoría y sin gobierno de coalición. Su planteamiento simplista consistió en situarse como el comodín de la baraja para evitar la repetición de elecciones amenazando a la oposición con responsabilizarle si no le permiten seguir en La Moncloa. O yo, o el caos. O yo o el bloqueo. O yo o España se para. De tan simple el argumentario podría incluso llegar a seducir. Pero es embaucador y vicia la democracia, que exige alcanzar las mayorías de investidura a base de ofertas y cesiones, coaliciones o pactos de legislatura. Y exponerlos con nitidez en la sede de la soberanía popular para conocimiento del respetable. Casado, el jefe del grupo popular, no salía de su asombro. Y Rivera fue más allá y se malició la existencia de un plan oculto. Un ‘plan Sánchez’.
Casado tardó en decirlo un par de turnos pero finalmente dio con la clave. Pedro Sánchez quiere que la oposición de centro derecha le haga presidente para inmediatamente gobernar con sus socios de la moción de censura. El candidato se presentó en la Carrera de San Jerónimo con un tocho de discurso preparado a decirlo todo y no decir nada. Para dejar abiertos todos los ángulos programáticos sin concretar ninguno, en una estrategia de ocupar el centro para construir un relato de hombre de centro que solo pide que la oposición le haga presidente para que «España avance». Generalidades de un buenismo azucarado hasta la indigestión. Valga una muestra del cierre de su primera intervención. «Una España de mujeres y hombres libres e iguales en armonía con la naturaleza». Violines y trompetas. Pero al elefante (separatismo, impuestos, nación de naciones) ni nombrarlo. Como un buen ilusionista, debía tener las cartas guardadas en la manga.