Fue un debate fake, espurio, falso. Un devaneo mientras la verdadera investidura se negociaba en el cuarto de al lado

ABC-IGNACIO CAMACHO

UNA RAYA EN EL AGUA ARMONÍA CON LA NATURALEZA

EN un país multicolor, como el de la abeja Maya, había «ciudadanos de izquierdas libres e iguales en armonía con la naturaleza». Esta cursilada no es de Zapatero, del que se decía que nunca tenía una mala palabra ni una buena acción. La dijo Pedro Sánchez en lo que se suponía que era su programa de gobierno, donde figuraban medidas miríficas como una ley sobre plásticos de un solo uso o la regulación del derecho a jugar –léase abolición de los deberes– de los niños, y donde faltó una mención, siquiera una sola, a ese insignificante conflicto de secesión que algunos cenizos dicen que hay planteado en Cataluña. El candidato se presentó como la luz que ilumina las tinieblas, que son por supuesto las de la derecha, pero le falta energía para encenderla y lo primero que le piden sus únicos socios posibles es apretar las tuercas a las compañías eléctricas.

En realidad, daba igual lo que dijese el aspirante, porque la sesión de ayer fue un debate fake, es decir, falso, postizo, espurio. Un teatrillo, como lo calificó Rivera. La verdadera investidura se estaba negociando en otra sala, a cencerros tapados, y no iba demasiado bien a tenor del discurso hosco, amenazante, que hizo Pablo Iglesias. El líder de Podemos se había quedado literalmente a cuadros, como denotaba su arremangada camisa guerrillera. Cuando haya acuerdo se notará en su aliño indumentario: se pondrá chaqueta. Le regañó bastante al presidente en funciones, anticipándole lo que le espera. Ahora que ha aceptado quedarse fuera del Consejo de Ministros, se piensa convertir en su mala conciencia.

En esa función rara, simulada, todo era impostado. Sánchez le exigía paso libre al PP y a Ciudadanos mientras su equipo chalaneaba con el de Iglesias en el cuarto de al lado. El dichoso relato: la búsqueda de argumentos para justificar –aunque sólo le crean los muy partidarios– la alianza que real y efectivamente está buscando. «Tiene que abstenerse», le dijo en tono imperativo a Pablo Casado, que a su vez le había hecho la pregunta esencial –«¿a qué ha venido usted aquí?»–, la que daba en el clavo. También le acusó de ignorar la presencia en el hemiciclo de un elefante morado «con lacitos amarillos». Rivera, menos sutil, más populista, habló de «la banda de Sánchez»: la extrema izquierda y el independentismo. Los dirigentes del bloque liberal también cayeron, a su manera, en la trampa del debate ficticio: pugnaban –con brillantez dialéctica innegable– por encabezar la oposición a un Gabinete que aún no se sabe si será elegido.

Todo fue una representación destinada a ganar tiempo. El programa será el que estipulen, si lo logran, el PSOE y Podemos. Como Iglesias no piensa regalar ni un minuto de presión, hasta el jueves todo está abierto. Visto su tono áspero, hostil, desconfiado, admonitorio y seco, no ha alcanzado la armonía con la naturaleza… ni con los socialistas, por el momento.