LUIS VENTOSO-ABC

Si se aplica la lógica de los hechos, lo de ayer provoca melancolía

TAL vez la cordura sea más frágil de lo que creemos. Ayer, a eso de las seis menos cuarto, me embargó la sensación de haber perdido la chencha. Hablaba Iglesias Turrión en el Congreso, y extrañamente sentí que concordaba con lo que decía: «Lo que usted desea, señor Sánchez, es ser presidente a toda costa, y no le importa si las abstenciones vienen de Unidas Podemos, ERC o de los partidos de la derecha». Mi aprecio político por Iglesias es equiparable al que siento por la música de Locomía. Pero tenía la razón: el principal ideario de Sánchez es la satisfacción de su propio ego, y todos los medios son válidos para tan augusto fin.

Lo que sigue lo he escrito ya tantas veces que me siento un abuelo Cebolleta que habla contra un frontón, a contrapelo de la corriente mayoritaria que ha hecho al sanchismo ganador de las elecciones. Pero si todavía pervive el sentido común, habrá que repetirlo: nunca, ni siquiera con el frívolo Zapatero, habíamos sufrido a un presidente capaz de enarbolar con facundia absoluta la bandera de la incoherencia. El afamado autor de «no sigue siendo no, ¿qué parte del “no” no entiende, señor Rajoy?», el político que bloqueó casi un año la gobernabilidad de España, se metamorfoseó ayer en el Doctor Sí. Sé que mi opinión no es la mayoritaria –Sánchez ganó las elecciones–, pero resultaba un sarcasmo escucharlo demandando el apoyo del PP, al que torpedeó mientras pudo y acabó echando en turbia alianza con separatistas y comunistas: «¿Usted a qué ha venido aquí, señor Casado? ¿A bloquear España?», se preguntaba retóricamente el culpable del más largo bloqueo que hemos sufrido, un exceso que obligó a González y Rubalcaba a sacarlo con fórceps de Ferraz.

Hubo más. Sánchez reiteró la milonga de que echar a Rajoy era un imperativo moral inexcusable «por la sentencia que confirmó la financiación ilegal de su partido». No. Lo que hubo fue una sentencia donde un juez al servicio del «progresismo» añadió con calzador una morcilla para salpicar a Rajoy en los pufos de dos alcaldes.

El PP se embadurnó de cieno, cierto. Pero… ¡el PSOE dando lecciones de moral! Con el caso ERE, el mayor robo de la historia de España; los chanchullos en Aragón, sus dos ex secretarios gallegos imputados, las desaladoras, la financiación del PSOE valenciano…

El problema más severo que sufre España, el separatismo que maquina para destruirla, se lo fumó en un discurso de dos horas. Porque si le viene bien volverá a pachanguear con los golpistas. Porque un día puede adoptar ropajes constitucionalistas y otro encamarse con el lazo amarillo para sostenerse en el poder. Todo da igual. Y lo desolador es que le funciona. Dispone de las televisiones, el CIS y el BOE. La máquina de la propaganda echa humo. ¿Principios? Mínimos, de goma y siempre con los mismos clichés: disparar el gasto –ya dijo Carmen Calvo que el dinero público «no es de nadie»–, subir impuestos y avanzar en la obra de ingeniería social del progresismo obligatorio.

De telón de fondo, la ridícula división en tres del conservadurismo, el sueño del PSOE hecho realidad. Una jornada para la melancolía. Otra.