EL CORREO 03/01/14
JOSÉ IGNACIO CALLEJA
· No tienen la más mínima conciencia moral de que su caso es indefendible desde hace docenas de años
El comunicado del colectivo de presos de ETA publicado el pasado 28 de diciembre está escrito con la precisión de un cirujano en mala política. La ornamentación retórica es exactamente la misma desde hace cuarenta años. Todo lo que a ellos les sucede es injusto por inhumano, además de ilegal. Los Estados español y francés son los sujetos de esa injusticia manifiesta y repetida sin control. El pueblo de Euskal Herria, por el contrario, es un testigo que sufre impotente y a distancia tamaña afrenta. Está claro que a muchos vascos no nos han atendido.
¿Entonces, por qué hablar ahora y en qué sentido? Como fuera que muchos agentes sociales se lo están reclamando –prosigue–, no va a quedar por ETA intentarlo: el colectivo de presos «asume la responsabilidad que le corresponde». ¿Y cuál es ésta, a su juicio? Seguir luchando como siempre por la libertad de Euskalherria, y hacerlo ahora –esto es lo nuevo– por vías políticas democráticas en exclusiva. O sea –están suponiendo en lo que dicen–, que su lucha ha sido siempre política, y políticas han sido sus acciones, y que sus consecuencias, con daños para terceros, siempre han sido consecuencias de una lucha política. La esencia del conflicto es así, política; la motivación de su entrega, política; las consecuencias, con daños para otros, políticas. Todo en ETA habría sido y es sólo política. ¡Uf!
«Reconocemos con toda sinceridad el sufrimiento y daño multilateral generado como consecuencia del conflicto». Esta es la frase más vistosa, éticamente hablando, del comunicado. «Reconocemos el sufrimiento», vamos a pensar que significa a la vez «lo sentimos», pero es una interpretación muy benigna por mi parte; y que ese sufrimiento está generado como consecuencia del conflicto es como decir que la Luna da vueltas alrededor de la Tierra; una relación que las leyes de la naturaleza disponen. Es la redacción más impersonal y des-comprometida que pueda hacerse de su culpa en la violencia. Yo la llamo terror, pero si la nombramos como violencia sigue siendo el reconocimiento de una responsabilidad sin culpa. Está a un milímetro de decir «hemos hecho lo único que un hombre de bien podía hacer en ese momento y, sencillamente, ese tiempo ya no es el de hoy». O, podría añadir, la misma estrategia política requiere ahora de otros medios, y a ella nos entregamos con el mismo celo, si bien –y no es despreciable– sin recurrir a la violencia.
Y prosigue el texto. Como hemos tomado esta decisión, y prometemos atenernos a ese proceder no violento en la vida pública, corresponde al Estado una política penitenciaria acorde a la nueva situación. Y aquí una concesión cierta del comunicado de los presos de ETA: el proceso de vuelta a casa y libertad puede hacerse respetando los cauces de la legalidad vigente y, por tanto, aceptando las condenas de que los presos han sido objeto. Otra vez la redacción del comunicado está al límite de la asepsia moral: «Aceptamos las condenas», pero –pienso– eso no significa la culpa de nada. Por eso añade: «La ley y su aplicación han de ser utilizadas –¡vaya concepto!– para fortalecer los pasos» futuros. En tal sentido, reconocen que van a respetar la libertad individual de cada preso y que entienden los tiempos de la prudencia política. Es un detalle.
Y otra vez la exculpación política de toda su trayectoria, antes de aceptar la menor: «Asumimos toda nuestra responsabilidad sobre las consecuencias derivadas de nuestra actividad política en el conflicto político». Por tanto, todo en ETA ha sido política –están diciendo– y, a partir de ahí, hablamos de lo que haga falta. Y concluyen: «Asumimos analizar la responsabilidad de cada uno de nosotros dentro de un proceso acordado, que reúna las condiciones y garantías suficientes». Se entiende que su caso lo tenemos que tratar como equivalente a cualquier otra posición política hasta hoy. No tienen –es mi valoración– la más mínima conciencia moral de que su caso es indefendible desde hace docenas de años, y piensan que han de estar en la plaza pública con todos los honores de quien nunca mató, ni extorsionó, ni humilló. Una cosa es la verdad de la memoria compleja de lo que ha pasado –y en lo injusto, reconocérselo– y otra que los militantes de ETA sean voces en situación de equivalencia indiferenciada al resto de los ciudadanos en el discernimiento moral del pasado.
Si el comunicado insiste tanto en el carácter exclusivamente político de la violencia de ETA –de sus causas, de sus consecuencias, de sus propósitos y de sus daños– es porque quieren que los demás aceptemos culturalmente su buena conciencia. Evidentemente, el texto tiene un valor político que yo no ignoro, pero que no me corresponde juzgar. Tal vez esté pactado y tal vez sea una pieza de un puzzle que no me compete. Desde el punto de vista cívico y ético, es un comunicado frío como el hielo, estratégico en su política y corrosivo en su ética –si se puede malograr esta palabra con este alcance–. ¿Y la política? La política sin duda le sacará un provecho que éticamente no tiene ni leído con el mejor espíritu navideño. Y así tiene que ser.