Pedro José Chacón-El Correo

Digámoslo: esto es intervencionismo puro y duro, el triunfo más acabado del Estado sobre el individuo, un fracaso de la llamada cultura occidental

El Gobierno acaba de restringir aún más la actividad productiva. Así que seguiremos encerrados en nuestras casas -ahora más gente todavía y seguramente por más tiempo-, sometidos a un bombardeo constante de desgracias ahí fuera, con hospitales saturados, imprevisiones gubernamentales, deficiencias logísticas, declaraciones políticas enfrentadas, casos de solidaridad y altruismo espontáneo, esperanzas y angustias. Un verdadero cuadro sintomático de nuestras sociedades modernas, azotadas por una amenaza global, con el Ejército en la calle frente a un enemigo invisible fumigando, desinfectando, montando hospitales de campaña. En fin, todo como muy de película posapocalíptica, con calles vacías, multas para quien transgreda el confinamiento y donde lo único cierto es que la gente se está muriendo, sobre todo, los más mayores o los afectados por enfermedades previas. Y, de vez en cuando, también alguna persona joven sin ser de ningún grupo de riesgo; y entonces nos damos cuenta de que todos podríamos caer. Menos los niños quizás, que los tenemos en casa y ya no sabemos qué hacer con ellos para que estén entretenidos y a ser posible tranquilitos, que es lo más difícil que le puedes pedir a un niño.

¿Cuándo y cómo acabará todo esto? La crisis económica que va a venir después y que ya empieza a manifestarse con esa incontenible declaración de expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) va a ser más profunda que la de 2008. El Banco Central Europeo y el Gobierno alemán se han apresurado a no quedarse atrás en la búsqueda de soluciones incrementando la liquidez, rompiendo el corsé del déficit cero y saltándose su propio dogma sobre el aumento de la deuda. La crisis sanitaria es global y la respuesta debe ser también global, nos dicen. Y mientras tanto nosotros, los de a pie, encerrados en casa. Sospechando que todo esto va a traer un crecimiento de lo que ya había: más control gubernamental, más globalización, más uniformización, más igualación.

En el fondo se nos quiere imponer el modelo oriental, ese que sale de la crisis rápidamente porque allí la gente actúa con disciplina, con sentido de colectivo, sin individualismos y sin heroicidades. Todos a una sin levantar la voz, como hormiguitas o abejas, movidas por un impulso común de supervivencia. Una cultura que en Occidente no hemos conocido, pero que allí funciona; y, no solo eso, sino que amenaza con imponerse sobre la nuestra. Esa es la verdadera guerra cultural y civilizatoria que se nos avecina a partir de ahora.

Esto de estar encerrados en casa es lo más raro que nos ha pasado en nuestra vida a la mayoría, a los que no conocimos ninguna de las situaciones extraordinarias que vivieron nuestros antepasados, de guerras y calamidades. Y de tan raro que es nos ha pillado a todos un poco como desconcertados. No calibramos aún lo que esto supone ni estamos sabiendo extraer sus consecuencias. Nos acordamos de otras desgracias recientes que hemos vivido, el 11-S, el 11-M, y nos conformamos ahora con la solución que se nos propone porque nos mantiene protegidos. La seguridad ante todo.

Pero no nos engañemos. El confinamiento nos viene a demostrar que tenemos unos estados enormemente intervencionistas. Como todavía no entran físicamente en nuestras casas para organizarnos la vida, parece que nos mantienen libres. ¡Qué sarcasmo! Con esto del confinamiento, ese mínimo reducto de nuestra libertad que todavía quedaba a salvo del intervencionismo del Estado ha caído en una situación insólita y, sobre todo, inquietante. El Estado intervencionista nos está diciendo: como no puedo entrar en tu casa para organizarte la vida -que es lo que me gustaría-, sí puedo obligarte a que te quedes en ella y no salgas hasta nueva orden.

Esa visión de Estado benefactor que me encierra en mi casa por mi bien es lo más humillante y paternalista que se ha visto. ¿Por qué por mi bien? ¿Creen que no somos capaces de cuidarnos a nosotros mismos? Nos consideran menores de edad. ¿Es que no hay otra forma de preservar mi salud que encerrándome en mi casa? ¿Por qué no podríamos salir a la calle con las debidas medidas de aislamiento y protección? Pero cómo, ¡si ni siquiera las tienen para proteger a los sanitarios, que están cayendo como moscas!

¿A esto hemos llegado en Europa después de la Ilustración, de una revolución industrial, otra política y otra tecnológica? ¿A tener que encerrarnos en casa para salvarnos de una epidemia? ¿Esto era el progreso? ¿Esta es la solución que nos ofrecen todos los gobiernos, sean de izquierdas o de derechas? Pues por lo menos digámoslo de una vez: esto es intervencionismo puro y duro, el triunfo más acabado del Estado sobre el individuo, el fracaso en toda regla de la llamada cultura occidental.