Rubén Amón-El Confidencial
- El Prat y la Diada sacan los colores de Sánchez y los soberanistas, expuestos todos al chantaje, al tacticismo y a un caos que el presidente aspira a convertir en combustible
El sortilegio de la concordia se ha descoyuntado entre el cinismo y la perversidad de sus artífices. Sánchez y los soberanistas se concedieron una tregua para intercambiarse presidiarios y Presupuestos, de tal manera que la expectativa de un nuevo orden respondía a una falacia irresponsable.
De hecho, el gatillazo de la Diada y la conspiración siniestra de El Prat se antojan el ejemplo nuclear de todas las crisis intestinas —viscerales— que degradan el interés público y que avergüenzan a la política misma.
Porque ha reaparecido el conflicto catalán en toda su miseria. Porque Junqueras ha enseñado a Sánchez las cloacas. Porque el independentismo ha expuesto todas sus hostilidades y divisiones. Y porque el sabotaje de Yolanda Díaz a la ampliación del aeropuerto barcelonés exagera hasta límites insoportables la cohabitación de Unidas Podemos y los socialistas. Resulta, en efecto, indescriptible que una vicepresidenta del Gobierno central se jacte de haber malogrado una inversión capital de 1.700 millones de euros, convirtiéndose en redentora de La Ricarda.
No es que la deflagración catalana estuviera entre las expectativas de Sánchez, estaba entre sus planes. Lo demuestra la matanza ministerial del 10-J. Fue entonces cuando adquirió cuerpo la enésima contorsión de la legislatura. El patrón monclovense sepultaba los versos de Martí i Pol. Y dirigía la proa de las naves tanto a las cuestiones mesetarias como a las elecciones municipales y autonómicas.
El asombro del viaje al centro y a la moderación explica que el discurso de apertura de la temporada ni siquiera aludiera a Cataluña. La elipsis no era sino la premonición de la prosodia con que la ministra Raquel Sánchez anunciaba que el Gobierno retiraba el proyecto de El Prat. Se trataba de prevenir y de estimular la iracundia de los soberanistas, entre otras razones, porque la ampliación del aeropuerto ya había lastimado las relaciones entre los clanes del Govern. Y no porque importe a nadie la laguna de La Ricarda ni el paraíso artificial que allí se ha descrito, sino porque el independentismo se abastece del victimismo y del ensimismamiento La caverna es más confortable sin la construcción de una nueva pista. El nacionalismo se describe en un juego endogámico y aislacionista.
Es la perspectiva que explica la dinámica tribal en que se desenvuelve la legislatura catalana. La naturaleza taimada de ERC —que se lo digan a Rajoy— se resiente, por añadidura, del ‘chantajismo’ que ejercen Junts y la CUP, congraciados ambos en unos pasquines que enfatizan la factura del soborno y que expusieron los ultras de la Diada: independencia o insumisión. Quiere decirse que Pere Aragonès es un rehén de Puigdemont y de los ‘hooligans’. Y que su palabra vale tanto como la de Pedro Sánchez, expuesto él mismo a una patética y angustiosa provisionalidad.
Y no solo porque su estabilidad parlamentaria dependa de los nacionalistas, sino porque los polizones de Unidas Podemos han emprendido una ‘sedición’ a la que otorga cuerpo el liderazgo intelectual y editorial de Pablo Iglesias. Lo demuestran las cabeceras y los medios que ha escogido para impartir doctrina (‘Ara’, ‘Gara’, RAC1, ‘CTXT’, Cadena SER). Y lo acredita la desinhibición de sus homilías, muchas de ellas concebidas a la gloria del soberanismo y a la ortodoxia del poscomunismo. Iglesias necesita vengarse de Sánchez. Y recordarle que su oxígeno político depende de Rufián y de Echenique.
Se comprende así el cinismo con que el presidente del Gobierno ha emprendido un nuevo ejercicio de ilusionismo. Toda la delicadeza que hace unos meses concedía a la concordia y a la plurinacionalidad se ha transformado en beligerancia y hostilidad. Y no es la primera vez que Sánchez se recrea en el vértigo de un giro copernicano, pero no va a resultarle sencillo convencer a la opinión pública de su credibilidad como garante de la unidad territorial y como azote de los independentistas.
Es el contexto en que va a convocarse la anómala mesa bilateral. Una timba entre tahúres y trileros que conduce al extremo la degradación de la política. Y no es cuestión de ponerse demagógico y populista, pero el gatillazo de El Prat únicamente perjudica a la prosperidad de los catalanes. Empezando por aquellos que ufanamente todavía asisten al embrujo de la Diada, pensando que la desconexión los convierte en libres.