Ignacio Camacho-ABC

  • La inteligencia estratégica de Merkel ha puesto en solfa durante tres décadas la presunta superioridad de la izquierda

A los españoles nos apasionan mucho las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Sobre todo por el influjo del cine y la televisión, pero también porque tendemos a sentirnos concernidos en una decisión que aunque ajena consideramos decisiva para nuestro propio destino, pese a que los americanos han resuelto abandonar su papel en el mundo para reconcentrarse en sí mismos. En cambio estamos prestando muy poca atención a los inmediatos comicios alemanes -26 de septiembre-, en los que de verdad se ventilan muchos factores determinantes para el futuro de nuestros intereses nacionales. La democracia germana seduce poco porque carece de elementos espectaculares con los que la industria del entretenimiento pueda construir ficciones excitantes. Es tan aburrida como fiable y pese que el virus populista también la ha invadido en parte, lleva más de medio siglo dando de lado a las pulsiones emotivas para centrarse en el compromiso con sus sólidos valores institucionales. No hay casualidades: el país más poderoso y desarrollado de la UE es el que tiene un sistema político más estable.

Sucede que Angela Merkel se retira sin un sucesor nítido tras cuatro mandatos consecutivos. Laschet, el teórico favorito, se ha desplomado en la campaña y las encuestas muestran que los votantes conservadores preferían al candidato alternativo, el derrotado en el congreso del partido. Más aún, el socialdemócrata Scholz, vicecanciller en la ‘Gross Koalition’, es visto por un significativo porcentaje de ciudadanos como el heredero legítimo del merkelismo. El centro derecha parece hundido y el rival se está beneficiando del efecto de orfandad de liderazgo. (Lección para sectarios hispanos: el pacto bipartidista ha consolidado al socio minoritario). El resultado de las urnas se dibuja incierto pero más allá de los avatares internos está la incógnita sobre el rumbo que el próximo Gobierno -probable fruto de un acuerdo a varias bandas- imprima al tambaleante proyecto europeo. El resto de los miembros, y España por motivos evidentes, tiene ahora en Alemania mucho más en juego que en las atractivas y publicitadas elecciones de un declinante imperio empeñado en renunciar a serlo.

Merkel era mucha Merkel. Sus errores pesan bastante menos que sus aciertos y aun con ellos su talento ha resultado esencial en la cohesión del modelo comunitario y en la defensa del euro. Es la última gran referencia liberal de este tiempo, a la espera de que Macron merezca tomarle el relevo. Durante más de tres décadas ha desplegado una brillante mezcla de autoridad moral e inteligencia estratégica capaz de poner en solfa la presunta superioridad de la izquierda. Por eso el progresismo a la violeta sueña con el fin de las recetas responsables y austeras que han salvado a la Unión de la quiebra. Más vale que el que la remplace sepa llenar siquiera a medias el vacío que deja.