El discurso del Ejecutivo sobre la presencia de las víctimas en las aulas fue calificado por el PNV como una «política de víctimas antiterrorista». Así las cosas, el desenlace constituye un triunfo en la política vasca del mal menor, que ha evitado la ruptura pese a la profundidad de las divergencias; pero a costa de dejar sin consenso a los centros escolares en la compleja tarea a la que deberán enfrentarse.
Es difícil discernir con exactitud qué grado de acuerdo ampara el plan de paz negociado en las últimas semanas por los dos grandes partidos vascos, al margen de que el Gobierno se disponga a aprobar un documento de 106 páginas que el PNV parece dispuesto a dejar correr sin llevar sus discrepancias mucho más allá de la retórica. La notoria falta de entusiasmo con que tanto la consejera Celaá como el portavoz del PSE, José Antonio Pastor, dieron cuenta del estado del pacto para trasladar el testimonio de las víctimas del terrorismo a las aulas y las enrevesadas explicaciones ofrecidas por Joseba Egibar sobre la escéptica posición de su partido resumen la disyuntiva ante la que se encontraban ambas partes: ni el Gobierno socialista podía permitirse una quiebra rotunda con el PNV en este asunto, máxime teniendo en cuenta los recelos existentes en aquellos sectores de la comunidad educativa más afines al nacionalismo, ni Íñigo Urkullu está en condiciones de apartarse más de lo debido de un terreno -el del resarcimiento del daño causado por ETA- que ha querido hacer muy suyo en los últimos años. Era evidente que, una vez producida la primera conversación directa entre el lehendakari López y Urkullu, se iba a procurar una salida, aunque fuese por la vía de un pacto de no agresión. Lo verdaderamente sorprendente es que tanto los socialistas como los jeltzales hablaran en términos de consenso en las horas previas a la reunión de ayer, teniendo en cuenta la literalidad de los borradores que se habían cruzado unos y otros.
Sólo desde el sobreentendido, o desde esa costumbre tan humana de hacer como que los escollos no existen en aras a un bien superior o simplemente para evitar una bronca inapropiada, puede entenderse que el Gobierno y el PNV se apuntaran a la tesis del acuerdo partiendo de dos filosofías tan opuestas sobre el papel. Porque difícilmente cabía alentar la posibilidad de un consenso cuando el discurso con que el Ejecutivo ha arropado la presencia de las víctimas en las aulas era identificado por el PNV, en su contrapropuesta, con una «política de víctimas antiterrorista». Así, el desenlace de ayer, signifique lo que signifique en el futuro, constituye un nuevo triunfo en la política vasca del mal menor. Porque sólo mirando hacia otro lado, como parecen haber hecho el PSE y el PNV, ha podido llegarse a un punto por el que se sortea la ruptura a pesar de la profundidad de las divergencias de fondo, pero a costa de dejar sin el colchón del consenso a los centros escolares en la compleja tarea a la que tendrán que enfrentarse.
La comparencia de ayer de Joseba Egibar en Sabin Etxea dotó de oficialidad a las reticencias del PNV. Pero más allá de que se atribuyan las mismas a los forzados equilibrios internos en el seno del EBB, como hacen en privado los socialistas, la incógnita que emerge de esta negociación es si los peneuvistas se inclinan más hacia el lado de priorizar el relato de las víctimas de ETA o hacia el lado de enmarcarlo en los relatos de las víctimas de otras violencias. Aunque parezcan dos cuestiones convergentes, no lo son en un escenario en el que crecen las expectativas sobre el final de la organización etarra. Y en el que el PSE ha optado por hacer prevalecer sus tesis y preservar, al tiempo, el entendimiento con el PP.
Lourdes Pérez, EL DIARIO VASCO, 1/6/2010