Kepa Aulestia-El Correo
La renuncia de los siete candidatos de EH Bildu condenados por delitos de sangre a tomar posesión de sus cargos si resultan electos el 28 de mayo es el resultado de la contestación generalizada a su presencia a partir de la denuncia realizada por Covite. Tratando de hacer de la necesidad virtud, la izquierda abertzale ha decidido reafirmar su compromiso por las vías exclusivamente políticas y democráticas. Aunque es de suponer que ha sido un empeño trabajoso convencerse y convencer a los siete de la conveniencia de dar un paso atrás. Siete personas que de esa manera se convierten en especiales activos de la formación para los días que restan de campaña. En tanto que su cesión llevará a muchos seguidores a convertir el voto a EH Bildu en una suerte de homenaje a su conducta sacrificial.
La decisión adoptada por la izquierda abertzale demuestra una autoridad notable por parte de una dirección que ni a los propios les resulta fácil identificar. Como si adoptarla confiriera un plus de fiabilidad a su interlocución con terceros. Pero sobre todo inaugurara un nuevo tiempo. El de una supervisión más activa sobre el conjunto de una organización que en las propias candidaturas aparece a fecha de hoy como un grupo de aluvión, tras la incorporación de personas sin trayectoria militante.
Como en cada movimiento de la izquierda abertzale, también esta vez se guarda de desnudarse por completo. No hay en el texto suscrito por los siete renunciantes asomo de arrepentimiento, ni asunción expresa del daño causado, ni mención alguna a su extrema injusticia. Se refieren a los delitos cometidos como «hechos por los que fuimos condenados», para a continuación vincular su responsabilidad pasada a su militancia. No a decisiones personales.
Se dirigen a las víctimas para señalar su compromiso con que «ni nuestras palabras ni nuestras acciones añadan jamás el más mínimo padecimiento al ya habido». Pero sin retractarse ni pedir perdón por este último. «Queremos resaltar que desde el inicio participamos en el cambio de estrategia de la izquierda abertzale producido hace ya más de una década», con lo que en realidad resaltan su negativa a una autocrítica de orden ético. Ciñéndose a la mostrada «sobre el ciclo de enfrentamiento anterior». «A nuestro juicio, no se puede sostener que EH Bildu tenga como objetivo ratificar nuestra trayectoria anterior». Pero en tanto que ésta no es cuestionada abiertamente, queda cuando menos un vacío moral que se llena demasiado a menudo de ignominia.
El escrito de los siete empieza, significativamente, con la justificación de por qué no renuncian los otros 37. «Fueron condenados bajo la estrategia de ‘todo es ETA’ que persiguió actividades estrictamente políticas y que condujo a la conculcación de derechos civiles y políticos de muchos ciudadanos y ciudadanas». Lo que les eximiría de tener que renunciar a sus actas. Si algo no puede llevarse por delante la marejada provocada por las «fuerzas reaccionarias» es la candidatura de Arnaldo Otegi como aspirante a lehendakari en las autonómicas de 2024, una vez vencida su inhabilitación especial. La renuncia de los siete y el mantenimiento de los 37 es el cortafuegos obligado para evitar que el incendio continúe.