Rubén Amón-El País
La gestión del frente catalán provoca la peor crisis del líder de Podemos, expuesto al «sorpasso» de Ciudadanos y víctima de un modelo autoritario que se ha radicalizado
Lejos de consumar el sorpasso al Partido Socialista, Pablo Iglesias se expone a que termine adelantándole Albert Rivera. Un escenario degradante en el esquema no ya político sino mental del líder de Podemos, toda vez que el golden boy del liberalismo ha sido objeto de sus ingenios y humillaciones. El sondeo del CIS realizado en los primeros diez días de octubre ya apuntaba el acecho de Ciudadanos (17,50%) a la formación morada (18,20%). El de Metroscopia publicado el lunes en El País consumaba la caída de Podemos a la cuarta plaza (14,10%) en favor del bronce de C’s (22,70%). Era el peor resultado desde octubre de 2017. Y la demostración de que la estrategia de Iglesias en Cataluña, la deriva autoritaria de Podemos y el relevo de Pedro Sánchez en el PSOE han precipitado su mayor crisis de reputación y liderazgo.
1.- Cataluña. Iglesias es el líder nacional que menos credibilidad ha obtenido en el trauma político del “procés”. No ya entre sus habituales detractores, sino en sus propios partidarios. De acuerdo con el sondeo de Metroscopia, la mitad de sus votantes eludiría el apoyo en las próximas elecciones. Un desengaño que no se explica sin su posición especulativa en la crisis catalana. Iglesias blanqueó el “plebiscito” del 1 de octubre, sostiene que Junqueras y los Jordis son presos políticos y reivindica el derecho de autodeterminación con la fórmula de un referéndum pactado. Tanto se ha escorado hacia el independentismo, que Carolina Bescansa, diputada de Podemos en el vagón de los represaliados, tuvo que recordarle sus obligaciones: “Me gustaría un partido que le hablase más a España y a los españoles y no solo a los independentistas”. Iglesias no asimiló el consejo. Y ha perseverado en la construcción de un retrato de España opresora y franquista que no convence a su electorado.
“Lo que es evidente es que muchos votantes de Podemos se declaran incluso partidarios de la aplicación del artículo 155”, explica el analista José Pablo Ferrándiz (Metroscopia). “Y lo mismo puede decirse de la defensa de la Constitución. La subida de credibilidad de Rajoy, Sánchez y Rivera proviene, precisamente, de su posición de firmeza en el modelo territorial. Los sondeos declaran la incomprensión de los votantes de Podemos a la estrategia de Cataluña”.
De acuerdo con Máriam Martínez Bascuñán, profesora de Políticas en la Universidad Autónoma y reciente autora de Populismos (Alianza Editorial), Iglesias ha puesto en manos de su marca catalana la concepción del proyecto de Estado. “Y tenía que haber sido al revés. Ha de ser el partido central el que crea el modelo y no el que se subordina a las necesidades territoriales de las formaciones periféricas, como puedan serlo en este caso los `comunes´. Ni siquiera el PSC con su personalidad política establece el rumbo del PSOE en el esquema nacional”.
2.-Pedro Sánchez. La gestión negligente de la crisis catalana ha acelerado la caída de Podemos, pero los primeros síntomas de decadencia empezaron a notarse con la llegada de Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE después de las primarias de junio de 2017.
Era un rival incómodo Sánchez porque Iglesias no podía reprocharle el linaje del sistema. Y porque su reaparición en el escenario político planteaba otra vez el pecado original de Pablo Iglesias: pudo haber evacuado a Rajoy de la Moncloa en beneficio de Sánchez.
El líder socialista ha enganchado con los votantes desengañados de Podemos. Y las encuestas otorgan al PSOE una subida sostenida. Los socialistas (24,2%) “acosan” a los populares (28%) en la última encuesta del CIS, aunque la última oleada de Metroscopia tanto le permite observar de lejos a Iglesias como le hace sentir muy cerca el aliento de Ciudadanos.
“Estamos observando claramente un trasvase de votantes del Podemos al Partido Socialista”, explica el profesor Ferrándiz. “A Sánchez se le percibe como un líder de izquierdas, más sensible a las políticas sociales, más definido ideológicamente. Y le ha favorecido al mismo tiempo su responsabilidad de hombre de Estado en la crisis del desafío catalán”.
3.- Vistalegre II.- ¿Ha dejado de ser Podemos un partido populista? La pregunta se la hace Martínez Bascuñán en su ensayo. No porque considere que Iglesias haya rebajado el providencialismo, la demagogia, sino porque el congreso de Vistalegre celebrado el pasado mes de febrero abjuró de Íñigo Errejón y del discurso de la transversalidad. “Pablo Iglesias emprendía el camino hacia la idea política e ideológica de Izquierda Unida. Se acercaba mucho más al modelo de Julio Anguita en la búsqueda de un votante militante que a la expectativa de un votante heterogéneo. Podemos fue una fuerza política que ilusionó en la idea de un cambio, en la respuesta a la desigualdad, la corrupción. La decisión de apartar a Errejón ha restringido la aspiración de alcanzar un electorado más grande. Y ha influido en el encogimiento de Podemos mismo. El tándem funcionaba muy bien, porque Errejón e Iglesias se corregían. Creaban una dinámica política atractiva y eficaz. Era un partido más colegiado”.
La imagen en color sepia de los fundadores de Podemos en Vistalegre I -octubre de 2014- parece ahora el desenlace de los Diez negritos de Agatha Christie. O de su título políticamente más correcto: Y no quedó ninguno. Han desparecido Monedero, Errejón, Bescansa, Luis Alegre, Tania González. Y se ha consolidado un modelo personalista, más radical, que evoca la primera campaña de Podemos a las elecciones europeas, cuando Pablo Iglesias ponía su cara y su imagen a la estrategia mesiánica.
¿Se expone Podemos al deterioro de su líder, siendo un partido tan egocéntrico? ¿Puede haber desaprovechado Iglesias su momento? ¿Cuánto se han coartado la democracia interna y los mecanismos de garantías? Se diría que Irene Montero, escogida como lugarteniente, es más pablista que el propio Iglesias. Y que la valentía de Bescansa en “despertar” al líder de su ensoñación catalana se antoja el primer reflejo de una división interna en Podemos que todavía no ha trascendido -el partido es una forma de vida, no digamos en la vida parlamentaria-, pero que es susceptible de estallar si los resultados se atienen al dolor de las encuestas.