No siempre se asiste al momento en que algo hace ‘crac’ al romperse. El 15 de diciembre pudimos escucharlo con nitidez estremecedora. Fue desde la tribuna de oradores del Congreso. Felipe Sicilia defendió la postura del Grupo Parlamentario Socialista en lugar del portavoz Patxi López. El día será recordado como ese en el que la conversación pública estuvo de acuerdo en que se estaba dando un golpe de Estado. La discrepancia radical se encontraba en el pequeño detalle de quién lo estaba dando.
Sicilia quiso estar a la altura de las circunstancias. O sea, a un nivel subterráneo. Desde esas catacumbas pronunció unas palabras que el Diario de Sesiones recoge así:
Señorías, hace cuarenta y un años la derecha quiso parar un Pleno del Congreso y parar también la democracia, lo hizo con tricornios. (Protestas). Hoy, señorías, la derecha ha vuelto a querer parar… (Protestas.—Varios señores diputados hacen gestos negativos). La señora PRESIDENTA: ¡Silencio, por favor! (Protestas.—Varios señores diputados: ¡Qué vergüenza!). ¡Les pido silencio, por favor! (Continúan las protestas). ¡Señorías, les pido silencio! (Rumores.—Varios señores diputados: La derecha no). ¡Está en uso de la palabra el señor Sicilia! (El señor Garcés Sanagustín: No fue la derecha, fueron los golpistas.—El señor Hispán Iglesias de Ussel: ¡Nos ha llamado golpistas!—El señor Cerdán León: Es lo que sois). ¡Señor Hispán! (Varios señores diputados: ¡Eso no!—La señora Moro Almaraz: Es una falsedad.—La señora Montero Cuadrado, ministra de Hacienda y Función Pública: Nos ha llamado golpistas, dice. ¡Vamos!— Risas y aplausos). Les pido silencio, por favor. ¡Les pido silencio! (Fuertes rumores.—El señor Ortiz Galván: Eso no, por ahí no). Señor Ortiz, ¡le pido silencio, por favor! Señor Sicilia. El señor SICILIA ALFÉREZ: Debe ser que Tejero era de izquierdas; debe ser que Tejero era de izquierdas. (Aplausos y risas.—Rumores).
Sí, claro. La idea golpista estuvo en los reproches cruzados en una dirección y otra durante aquella jornada triste. La comparación hiperbólica resultaba suficientemente deprimente de por sí.
Pero en las palabras de Sicilia hay otra cosa. De ahí el ‘crac’. Lo que escuchamos romperse fue el que seguramente era el último consenso que nos quedaba. El 23 de febrero de 1981. Nadie hasta ahora había propuesto un relato alternativo con esa claridad desde el mainstream político heredero de aquellos años.
El entonces teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina secuestró a golpe de pistola al conjunto de los representantes del pueblo, reunidos en la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo.
De los 350 parlamentarios elegidos en 1979, sólo Blas Piñar podía considerarse algo parecido a una excepción. (Según el recuerdo de Juan de Dios Ramírez Heredia, Piñar habría sido el tercer diputado, además de Suárez y Carrillo, en permanecer de pie durante los disparos, «sin inmutarse y con una evidente expresión de complacencia»).
Los electos de Coalición Democrática (fórmula con la que Alianza Popular había concurrido a las últimas elecciones) vivieron aquellas horas de angustia igual que los demás. Sirvan como ejemplo los testimonios que han quedado escritos del comportamiento que entonces tuvo su líder, Manuel Fraga Iribarne.
El gran privilegio que tuvo el presidente de AP fue poder afeitarse. Se lo permitieron los dos guardias civiles que le custodiaban en el despacho de Landelino Lavilla, al que fue conducido a empujones por Tejero después de expulsarle del hemiciclo cuando se encaró con él exigiendo el fin del secuestro. Fraga llegó a abrirse la chaqueta y a pedir ser disparado.
El 23-F fue un atentado contra el proyecto común de país, inédito en siglos, que empieza a construirse tras la muerte de Franco. Sacar a la oposición parlamentaria de esa España secuestrada para situarla con los secuestradores deja pocos puentes en pie.
El mensaje de Sicilia no fue casual. Lo supimos dos días después. Pedro Sánchez, en modo mitin: «Nosotros alumbramos la Constitución cuando la derecha estaba a otra cosa».
Existe la tentación de añadir con sarcasmo que esa «otra cosa» podría ser la propia redacción del texto, a poco que se analice la foto de los ponentes.
Pero mucho nos tememos que se trata, precisamente, de caer en esa clase de juego. Por eso conviene evitarlo. Quizá así se consiga que algo no se rompa ni siquiera cuando ya ha hecho ‘crac’.