IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A la operación de Yolanda Díaz se le ve el sello de La Moncloa desde lejos. Es un artefacto electoral de diseño

La nueva «enfermedad infantil del izquierdismo» que Lenin reprochaba a los comunistas alemanes y británicos ya no tiene que ver con la estrategia revolucionaria sino con una cuestión meramente táctica. La bronca de Pablo Iglesias con Yolanda Díaz es un pulso de poder, de control de las alianzas, de cuotas de influencia en ese proyecto aún indefinido que Sánchez pretende utilizar como marca blanca y que el líder de Podemos barrunta como una operación para despojarlo de autoridad jerárquica. Para bajarle los humos, en pocas palabras. Tiene razón en eso: se trata de un mal disimulado intento de quitarle de en medio, de reducir la presión que aún ejerce sobre la correlación de fuerzas de la coalición a través de las ministras Belarra y Montero. La maniobra lleva el ‘copyright’ del laboratorio de Moncloa, su impronta, su sello. Es un artefacto electoral de diseño destinado a apuntalar las posibilidades de revalidar el mandato del actual Gobierno.

A Díaz -de blanco inmaculado, el color de los candidatos romanos- sólo le faltó ayer aparecer bajo palmas en el polideportivo Magariños, a tono con los cortejos procesionales del domingo. Más allá del tono almibarado, melifluo, ‘guay’ de su discurso late una inmoderada vocación de mesianismo. Se presenta como el mirlo blanco de un renacer político donde todo es diálogo, amabilidad, consenso, colaboración, espíritu constructivo: un Viva la Gente de izquierdas, un amistoso coro de sedicentes progresistas unidos y dispuestos a construir la utopía del paraíso. La sonrisa del criptosanchismo. Frente a ella, Iglesias pone cara de malo, ceño torvo, colmillo retorcido, gesto crispado, y blande la amenaza del sabotaje si no le hacen caso. Desde su atalaya de gurú mediático deja entrever un brillo de cuchillos afilados para enviar el mensaje diáfano de que habrá sangre si no le garantizan en las futuras listas un número suficiente de pretorianos para formar su propio grupo parlamentario.

Será un proceso largo, complejo, sinuoso y muy tenso, pero lo más probable es que al final haya entendimiento porque el fundador de Podemos es más peligroso fuera que dentro. Y porque el sanchismo –al que Díaz y su amalgama de aliados regionales ya se han adherido de hecho– no está para dispersar esfuerzos y una tercera papeleta supone demasiado riesgo a la hora de disputarle a Vox el decisivo tercer puesto. Salvo que sea él mismo el que decida separarse para tomar distancia y posiciones en las barricadas ante el previsible cambio de ciclo, aunque apure hasta el final la presencia de su partido y de su clan en el Consejo de Ministros. Entre sus muchos defectos no está el de la falta de instinto y es obvio que no se reconoce en la impostada suavidad del ‘yolandismo’. No casa con su estilo. Será un duelo bonito: una experta en traiciones tratando de sacudirse la tutela de un curtido fabricante de enemigos.