ABC 30/01/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Solo falta por saber cómo acabará la historia si se cumple la amenaza y se colocan las urnas
EL sábado –lo desvelaba en ABC Pablo Muñoz– agentes de la Policía Nacional interceptaron en Madrid a un mosso d’Esquadra ejerciendo en una manifestación «labores de inteligencia» ilegales, según declaró él mismo al ser interrogado. Sus superiores, consultados por este periódico, que, a diferencia de otros, contrasta las informaciones antes de publicarlas, calificaron la versión del mosso de «cuento chino». El mismo «cuento chino» que, según dicen ahora quienes convirtieron a Santiago Vidal en paladín de su causa, habría ido contando por ahí el exjuez y exsenador de ER al afirmar que la Generalitat de Cataluña maneja ilegalmente datos fiscales de todos los contribuyentes residentes en dicha comunidad, ya sean personas físicas o jurídicas, con el fin de cobrar impuestos cuando se declare la independencia; que dispone de un fondo oculto de 400 millones de euros destinados a financiar el referéndum de autodeterminación ilegal que Puigdemont amenaza convocar antes de septiembre, o que Pedro Sánchez, a la sazón líder del PSOE, prometió a los separatistas de Esquerra olvidarse del artículo 155 de la Constitución y mandar archivar las causas abiertas contra Homs y Mas si le aupaban con sus votos hasta la presidencia del Gobierno. Unos «cuentos chinos» plausibles, coherentes entre sí, y tan inquietantes que han desencadenado una investigación de la Fiscalía… Demasiado plausibles, coherentes e inquietantes como para ser meros cuentos.
Santiago Vidal se fue de la lengua, eso es seguro, al igual que el mosso detenido en Madrid o el propio «president» en sus proclamas secesionistas. La sensación de impunidad que embarga a los protagonistas de este malhadado «procés», eufemismo cobarde que empleamos en lugar de «sedición», les lleva a cometer este tipo de excesos, conscientes de que poco tienen que perder y sí mucho que ganar envolviéndose en la senyera para quemarse simbólicamente a lo bonzo. ¿Qué puede suponer la inhabilitación, máximo castigo pendiente sobre sus cabezas en el peor de los casos, en comparación con la certeza de vivir opíparamente del cuento, a costa del contribuyente, claro, en el papel de héroes o mártires de la «patria» catalana? ¿Cómo van a albergar algún temor disuasorio si hasta la hedionda corrupción que rodea a la familia Pujol parece gozar de una protección especial en virtud de su relevancia política? Este cuento de nunca acabar es para ellos un chollo, una fuente inagotable de victimismo susceptible de darles votos, una apelación al bajo instinto, al «vienen a quitarnos lo nuestro», al populismo de extrema derecha que triunfa en el mundo causando estragos.
La cuenta de este cuento, eso sí, estamos pagándola todos. Sesenta y tres mil millones de euros salidos del FLA, fondo que nutrimos a escote, porque ciertos delirios patrióticos tienen un coste altísimo. Una suma incalculable en inversiones perdidas por falta de estabilidad a medio y largo plazo, en daños causados a la credibilidad de España, en viajes y embajadas estériles.
La Fiscalía ha tardado meses en enterarse de los presuntos delitos que confesaba a voces un senador, en conferencias abiertas al público, y lo ha hecho gracias a la denuncia de un periodista. (¿Para qué están los servicios de Información?). En el PSOE se abre la carrera entre el señalado por Vidal como aspirante a traidor, el traidor consumado a este y la eterna esperanza andaluza atrapada en su propia duda. El PP prepara un cónclave a mayor gloria de Rajoy, partidario de esperar a leer la palabra «fin» aferrándose al «no pasa nada». Pero pasa. Pasa mucho. Solo falta por saber cómo acabará la historia si se cumple la amenaza y se colocan las urnas.