- La insistencia de Bildu en reivindicar la obra de ETA y las hazañas de sus miembros no es una casualidad. Nos gusta decir eso porque mirar al monstruo a los ojos no es agradable
Carlos García Juliá fue uno de los asesinos que perpetraron la matanza de Atocha en 1977. En 2023, el asesino García Juliá iba a encabezar la candidatura a la alcaldía de Bilbao de Falange Española. Iba, porque finalmente el partido no se podrá presentar a las elecciones. La Junta Electoral decidió anular la lista por defectos de forma (varios de los nombres de la lista aparecían en las del partido en otras localidades). Es de suponer que en los próximos días aparecerán editoriales sobre esta inesperada y sombría derrota de la democracia. Un formalismo ha impedido que podamos disfrutar de otro terrorista que decidió cambiar las balas por los votos.
De vez en cuando hay que insistir en el deber de dar a cada cosa la importancia que merece. En el caso de García Juliá y Falange la importancia actual no la marcan los asesinatos, sino esas 41 personas que dieron su voto al partido en las últimas elecciones. Exactamente 41 personas. El 0,02% de los votos de Bilbao. Con un detalle importante: no sabemos cuántas de esas 41 personas habrían vuelto a dar su voto al partido sabiendo que su candidato era un asesino. Tal vez habrían sido menos, por el asco. Tal vez habrían sido más. Pero el dato es el que es: a Falange en Bilbao la votaban 41 personas.
Bildu consiguió en 2019 más de 25.000 votos en la misma localidad. Casi el 15%. La semana pasada fue noticia algo que se repite sistemáticamente en todas las elecciones: Bildu lleva en sus listas a condenados por pertenencia o colaboración con ETA. 44, esta vez. Siete de ellos condenados por haber participado en algún asesinato.
Falange y Bildu están unidos por una cuestión moral. Son partidos que incluyen a terroristas en las listas electorales para que lideren sus proyectos políticos. Pero hay una diferencia cuantitativa importante: Falange es marginal mientras que Bildu va camino de convertirse en el principal partido del País Vasco; y ya es uno de los socios principales del Gobierno de España.
La postura de Zapatero se trata como una anomalía desde una derecha permanentemente pasmada. Es el demonio, repiten. Pero no es muy distinto a lo que defendía Alfredo Pérez Rubalcaba
La gente ha tenido la oportunidad, año tras año, de mostrar su rechazo al partido de los etarras. La gente los ha seguido votando. La gente ha seguido defendiendo su existencia como una victoria de la democracia. Y la gente ha seguido aplaudiendo en el Congreso al partido de Arnaldo Otegi y Agustín Muiños. De Mertxe Aizpurua y Begoña Uzkudun. De Oskar Matute y Juan Carlos Arriaga. Porque «deseábamos que abandonaran las armas e hicieran política».
Lo deseaban ellos, claro. Los que lo dicen. Lo deseaba Zapatero y lo sigue defendiendo hoy. La idea tiene dos partes. «Deseábamos que abandonaran las armas». Hasta ahí bien, podríamos estar de acuerdo. «Deseábamos que hicieran política». Lo deseaban ellos. Otros deseábamos que desaparecieran. Que se echaran al monte, pero no como los bandoleros sino como los apestados.
Quienes deseaban que los terroristas de ETA hicieran política eran unos miserables y unos farsantes. Miserables porque su deseo consistía en que quienes se habían dedicado a alterar el terreno político mediante amenazas y asesinatos pudieran tener un lugar privilegiado en ese mismo terreno político. Y farsantes porque la verdad es que nunca dejaron de hacer política. Siempre existió HB, que es lo que sigue siendo hoy Bildu.
La postura ética de Zapatero se trata como una anomalía desde una derecha permanentemente pasmada. Es el demonio, repiten. Pero no es muy distinto a lo que defendía Alfredo Pérez Rubalcaba. Aquel «O bombas o votos» significaba realmente otra cosa: primero bombas, luego votos. Como cuando el mafioso del barrio renunciaba a la violencia después de haber destrozado un par de rodillas y de haber arrancado un par de dedos; ya no le hacía falta. Se pasea por el barrio, entra en la tienda e incluso tiene alguna palabra agradable para el hijo pequeño. El dueño paga, porque sabe cómo empezó todo. Y los que se resistieron se marcharon o duermen con los peces. La victoria de la democracia es esto.
Hay gente fuera de ese mundo que prefiere vivir siendo un cobarde miserable, que elige la sonrisa y el colegueo. Pero también hay gente que se queda a medio camino
Y el problema con Bildu no son las listas, sino los tontos. Los que hacen como que no ven una realidad exhibida por los abertzales de día y de noche. Los que repiten que «aún les queda por dar un paso en su recorrido ético» mientras ponen de candidatos a terroristas condenados. La insistencia de Bildu en reivindicar la obra de ETA y las hazañas de sus miembros no es una casualidad. Los homenajes a etarras y su presencia en las listas no es una provocación. Nos gusta decir eso porque mirar al monstruo a los ojos no es agradable. Nos lleva a un enfrentamiento inevitable. Nos obliga a romper cualquier puente con ellos, si somos coherentes. Y, por cómo son las cosas, quien actúa así es el que se convierte en un cuerpo social extraño.
Hay gente fuera de ese mundo que prefiere vivir siendo un cobarde miserable, que elige la sonrisa y el colegueo. Pero también hay gente que se queda a medio camino. Es el reino de la flojera analítica. «No han condenado su pasado». «Que pidan perdón». «Les queda un último paso». Y ahí los tienes, año tras año, colocando a etarras para que dirijan las vidas de miles de vecinos. ¿Provocación? No, hombre. Sería más fácil de aceptar. Esto es otra cosa. Es una filosofía de muerte a la que nunca han renunciado. Y como sabemos que no van a renunciar, somos nosotros los que hemos renunciado a tratarlos como lo que son, porque nuestra democracia nació cansada.
Estoy a otra victoria de la democracia de hacerme de nuevo anarquista.