EDITORIAL-EL ESPAÑOL
La voladura del puente de Kerch en la madrugada del sábado se suma a la lista de humillaciones recibidas por Vladímir Putin en suelo ucraniano. Parte de la estructura ha quedado gravemente dañada, produciéndose un incendio que habría tenido su origen en una carga de potentes explosivos.
Los servicios de inteligencia ucranianos estarían detrás de la explosión del puente, que ha dejado tres muertos. Un ingenioso sabotaje de una infraestructura estratégica que reviste una gran importancia logística.
Porque el puente de Kerch, el más largo de Europa, es la principal línea de suministro de las tropas invasoras en el sur de Ucrania. Moscú va a tenerlo muy difícil para abastecer a sus hombres, especialmente si se interrumpen los envíos de combustible.
Pero la mayor significación de este ataque es su gran carga simbólica.
El puente de Kerch une la península anexionada de Crimea con Rusia. De ahí que Ucrania haya celebrado el derrumbe del puente, defendiendo que «todo lo ilegal debe ser destruido, todo lo robado debe ser devuelto a Ucrania, todo lo ocupado por Rusia debe ser expulsado».
Sólo una semana después de que la reconquista de Limán dejase en agua de borrajas la apropiación ilegal de los cuatro territorios ucranianos, el atentado contra el puente de Kerch marca un nuevo repudio por parte de Ucrania de las intentonas imperialistas de su vecino.
El colapso parcial de varios tramos del puente derrumba también el propósito que le dio origen: unir físicamente Rusia con Crimea después de su anexión en 2014. Esta «obra del siglo» fue inaugurada por el propio Putin en 2018 con gran pompa. Y habló de él como un «milagro» de la ingeniería moderna, y un logro con el que los zares no pudieron siquiera haber «soñado».
Así, el sabotaje ucraniano del puente ha sido leído también como un ‘regalo’ por el setenta cumpleaños de Putin. No tiene mucho que celebrar el dictador, en un momento en el que la contraofensiva ucraniana aleja cada vez más el escenario de una victoria rusa en la guerra.
Por eso, muchos temen ya una severa represalia del Kremlin en venganza por el destrozo en una infraestructura emblemática que Moscú siempre creyó a salvo de los ataques ucranianos.
La historia militar ha dejado precedentes del papel capital que juegan los puentes en los conflictos bélicos.
En la película Un puente demasiado lejano (1977) se cuenta la Operación Market Garden, mediante la cual los aliados intentaron tomar con paracaidistas el control de los principales viaductos de los Países Bajos para rodear las defensas alemanas.
La operación fracasó cuando las fuerzas aliadas no pudieron ocupar el puente Arnhem. Eso llevó a decir al teniente general británico Frederick Browning que «siempre creí que intentábamos tomar un puente demasiado lejano».
El de Kerch, en cambio, es un puente ‘demasiado cercano’ entre dos países hermanos. Uno cuya voladura simboliza la determinación de un pueblo por librarse, de la forma más material posible, del yugo colonial, y afirmar su derecho a existir libre y soberanamente.