José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 1/9/11
En España, la ingeniería político-constitucional no se puede hacer sin Catalunya y sin CiU
Muchos constitucionalistas tienen motivos, aun sumidos en la perplejidad, para preguntarse por qué no se ha tenido la voluntad y la competencia políticas para sumar a CiU a la reforma expeditiva del artículo 135 de la Constitución. Nuestra norma básica, con más de tres décadas a sus espaldas y no pocas desafecciones periféricas, contaba ex initio con el apoyo del catalanismo moderado, lo que le inyectaba una sustantiva dosis de legitimidad representativa e histórica. En un corto espacio de tiempo, Catalunya ha sufrido dos graves crisis de increencia constitucional: primero, con el desbroce del Estatut por el TC; ahora, con la introducción en la Carta Magna de la regla de gasto.
Si el primer episodio crítico resultaba difícilmente evitable –aunque fue causado también por una frivolidad del PSOE–, lo era totalmente el que el martes se vivió en el Congreso. El presidente del Gobierno y el del PP debieron tratar a CiU con la deferencia que merece su trayectoria. La ingeniería político-constitucional de España no se puede hacer sin Catalunya, y, dentro de ella, sin el catalanismo transversal que CiU representa. La excepción vasca –el PNV se abstuvo en el referéndum constitucional y no participó en la redacción del texto– es de unas dimensiones manejables para el Estado. Catalunya es otra cosa. Y el grado de razonabilidad de CiU y de sus dirigentes permite de antemano una interlocución plenamente transparente.
Lejos de cualquier obsesión conspirativa, no por ello hay que eludir la advertencia de que algo raro sucede en el socialismo español –y en el quietismo del PSC– en relación con Catalunya. Quizá sea el efecto rebote de un Zapatero que ha pasado de la afección al desapego para ganarse amistades en otros lares territoriales y/o ideológicos. Acaso el Gobierno y el PSOE exuden rencor por el fiasco del tripartito y muestren su hastío hacia el ejercicio de sutileza que requiere el buen engarce de la Generalitat con las políticas del Ejecutivo central. O no sería imposible que los entornos más próximos a Zapatero –no es el caso de Rubalcaba, cuyas expectativas se han desbaratado– resulten tan incompetentes como aparentan en este y otros episodios.
CiU, por principios, hubiera mantenido una posición distante a esta reforma, pero no hostil, porque los nacionalistas se sitúan en la órbita del moderantismo europeísta y asumen la responsabilidad de gobierno en Catalunya. Pero las formas son sustanciales en democracia y, especialmente, con las minorías. No por serlo tienen la razón. Pero por serlo, requieren consideración aun en la discrepancia. De lo contrario, puede suceder, innecesariamente, lo que auguró Duran: un «choque de trenes», una quiebra difícil de reparar. Ese «proyecto malogrado» sobre el que reflexiona Jordi Pujol.
Siento escribirlo, pero no es momento de opacidades, especialmente cuando se aboga por una cofradía a la que no se pertenece: el modo de manejar la reforma de la Constitución evoca, en relación con CiU, la agresión de Mourinho cuando metió el dedo en el ojo a Tito Vilanova.
José Antonio Zarzalejos, LA VANGUARDIA, 1/9/11