JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

  • El líder morado se referencia como «el profesor de la coleta» y se califica como «fenómeno televisivo» ante el «pueblo de la televisión», que es un medio de «producción ideológica»
Es entendible –aunque no justificable– la reacción excesiva, a veces, agresiva, de los dirigentes de Podemos a las críticas de los medios de comunicación. Entre los poderes y la prensa –sea esta impresa, digital, radiofónica o televisiva– se establece una conversación que atraviesa ciclos de distinto signo: de cierta placidez y de abierta hostilidad. Y por poderes deben entenderse los políticos, los económicos, los empresariales y los culturales. Ninguna instancia de poder debe basar su estrategia en una relación permanente de complicidad con los medios de comunicación, ni sustentar su crecimiento en un estrellato mediático constante.

Pablo Iglesias teorizó –de manera clara y con cierta brillantez expositiva– cuál era el proyecto de Podemos en un amplio ensayo en la revista ‘New Left Review’ (*) publicado en el número de julio-agosto de 2015. A su texto se añadió una entrevista que lo completaba. Y en esas líneas Iglesias se abría de capa. La que él denominaba entonces «la hipótesis Podemos» cabalgaba sobre el terreno abonado de una crisis «orgánica y de régimen» en España sobre la que el partido actuaba con «un conjunto de experiencias políticas de referencia y un dispositivo para la comunicación política muy preciso». Las experiencias se referían a las latinoamericanas y el dispositivo comunicativo se remitía a «nuestro programa de televisión La Tuerka».

Para Iglesias la «gente no milita en los partidos […] sino en los medios de comunicación» de tal modo que «La Tuerka se convirtió en la escuela que nos preparó para intervenir después con enorme eficacia en las tertulias de las grandes televisiones. Y también nos formó para el trabajo de asesoramiento en comunicación política que desarrollamos paralelamente en España y América Latina, que a su vez nos dio experiencia en el diseño de campañas electorales y en la formación de portavoces y líderes políticos. Gracias a La Tuerka y a la formación en comunicación audiovisual aprendimos a hacer ‘slots’ y a pensar políticamente en clave televisiva».

El líder de Podemos se referenciaba como «el profesor de la coleta» con la autodefinición de «fenómeno televisivo» que se presentaba a las elecciones en el «pueblo de la televisión» (sic) porque la TV es un dispositivo de «producción ideológica» y «condiciona e incluso fabrica los marcos […] a través de los cuales piensa en la gente». Y añadía: «Buena parte de los argumentos políticos que podemos escuchar en bares, medios de transporte, centros de trabajo, etcétera provienen de creadores de opinión que hablan en la televisión y en la radio».

Este pueblo, siguiendo el razonamiento del secretario general de Podemos, está «socializado políticamente por la televisión […] y nuestro objetivo era identificarlo con un nosotros nuevo, aglutinado inicialmente por el significante Pablo Iglesias». En definitiva, y con sus mismas palabras, «los platós de TV son los verdaderos parlamentos». Eso funcionó, pero ha dejado de hacerlo y vamos a ver si a la enésima va la vencida: el próximo 14-F en Cataluña con su confluencia «común».

Este es el planteamiento –relativamente innovador– del que se sirvió Podemos para sacar la cabeza y obtener cuotas electorales que alcanzaron el pico en 2016 y que desde entonces, elección tras elección, no hacen sido descender. Iglesias se ha convertido exactamente en lo que denunciaba –forma parte de la élite del poder– aunque porfía en situarse en ambas orillas –ser también «gente»–, pretendiendo que los medios de comunicación le compren su ambivalencia y le dispensen un tratamiento como el inicial e iniciático de Podemos.

Esa estrategia mediática –con fines electorales y de poder– se ha derrumbado porque era de corto alcance, un tanto frágil y no contaba, además, con que el magma mediático también es un poder social que compite con otros desde una perspectiva por completo distinta a la política o partidaria. Perdido ese favor mediático del «significante Pablo Iglesias», transmutado en expresión del poder puro y duro, se ha entrado en otra fase y la reacción de la dirigencia de Podemos ha sido agresiva y frustrada: mala absorción de las críticas; peor encaje de los episodios publicados de enfrentamientos internos; intolerancia a las noticias sobre presuntas o reales corrupciones; señalamiento prepotente de profesionales de la información; y utilización de los resortes de poder para contrarrestar los ‘inputs’ noticiosos negativos.

Es verdad que esta sobrerreacción de algunos dirigentes de Podemos –que se descaran sin miramientos ante una cámara o en una entrevista– puede ser también una estrategia complementaria y antagónica a la anterior de acercamiento inicial a los medios, pero de ser así resultaría también frágil y se valora, como ya se está observando, como prepotente y estéril.

Iglesias y Podemos tienen el reto de repensar su actitud ante los medios de comunicación y sus profesionales porque, remitiéndose al ensayo del propio líder morado, la conversación pública y los marcos mentales sociales que establecen y categorizan los asuntos siguen marcándolos la televisión, la radio, los periódicos –de papel y, sobre todo ya, los digitales– y, en distinta derivada, las redes sociales.

En otras palabras: el ensayo programático de Iglesias en ‘New Left Review’ titulado «Entender Podemos» ha envejecido mal porque con ese texto ya no se explica ni lo que es ni lo que quiere ser el partido que dirige Pablo Iglesias. Aquella construcción teórica de hace cinco años y medio se ha decaído. Quizás el «profesor de la coleta» tenga que redactar otro texto y volver a explicar cómo hemos de entender el ahora inexplicable Podemos.

(*) Sobre este mismo tema se puede consultar el documentado trabajo del profesor de Historia del Pensamiento Político de la URJC, Jorge del Palacio Martín, titulado «Construir pueblo. Populismo y comunicación en Podemos», publicado en Cuaderno de FAES de enero-marzo 2021 (nº 69).