Ignacio Camacho-ABC
- El pacto de los Presupuestos supone la integración formal del proyecto político de ETA en una alianza estratégica
Cuando Zapatero inició la negociación con los terroristas, su intermediario Jesús Eguiguren solía argumentar a Otegui -etarra en comisión de servicio, le llamaba el bueno de José Mari Calleja- que si cesaba la violencia Batasuna pasaría a ser considerada por el PSOE como una fuerza más de la izquierda. Las cosas fueron al final algo más lentas pero Sánchez, usando como operador delegado a Pablo Iglesias, ha conseguido culminar esa estrategia. El círculo se cierra: la votación presupuestaria supone la incorporación formal a la mayoría de Gobierno del proyecto político de ETA.
No se trata de un «fracaso colectivo», como dice, quizá engañándose a sí mismo, ese consternado tipo decente que es Fernández Vara. Se trata del éxito de una maniobra perfectamente planificada para articular un frente anticonstitucional, una coalición rupturista cohesionada por la aspiración de una nueva legitimidad republicana y de la revisión sectaria de las vigentes bases de concordia democrática. Y no constituye ninguna sorpresa porque ese plan lo expresó Sánchez hace cinco años de manera tan diáfana que provocó que sus propios correligionarios lo defenestraran. Lo que no pudieron impedir fue que tras volver a ganar las primarias se tomase la revancha: primero desmanteló el partido suprimiendo su estructura jerárquica y luego armó su prevista alianza con todos los grupos que tienen en su ideario la deconstrucción del régimen fundado por la Carta Magna. Es decir, la liquidación del actual concepto de España.
No es una suposición ni una hipérbole: lo tienen profusa y orgullosamente declarado. La conversión del bloque de investidura en bloque de legislatura integra en «la dirección del Estado» -palabras de Iglesias- a un conglomerado antisistema que se propone desguazarlo. El presidente ha otorgado una posición de centralidad a los comunistas bolivarianos, a los sediciosos catalanes y ahora a los legatarios del terrorismo vasco, sin que se sepan las cláusulas reales que contiene ese pacto. No es difícil colegirlas a tenor de la naturaleza subversiva de sus aliados; más escabroso, en cambio, resulta descifrar el papel del PSOE como complaciente transportista de una verdadera brigada de asalto.
La foto de los Presupuestos -Sánchez, Iglesias, Rufián y Otegui- retrata al antiguo partido de González y Guerra como un desertor del constitucionalismo. Una organización populista al servicio de un proyecto autoritario de poder personal que ha hecho de la supervivencia su único objetivo y de un líder sin escrúpulos éticos ni políticos para unir su destino al voto de los secesionistas insurrectos y de Bildu, que era la última frontera moral del relativismo. Podemos ha impuesto su ruta, su idea, su proyecto y sus amigos; Iglesias tiene derecho a pensar que desde ahora todo le está permitido. Ya puede acercarse a «los candados del 78» con el soplete al rojo vivo.