Habíamos conllevado a la manera orteguiana el nacionalismo catalán, el pujolismo de CiU, pensando que nada es eterno, y resulta que cuando se produce el cambio es cuando empieza la verdadera pesadilla: el pujolismo del PSC y sus socios, que es como el anterior en versión friki.
El 11 de septiembre se nos amontonan las efemérides. Ayer se cumplieron 35 años del golpe de Estado con el que el Ejército chileno interrumpió la experiencia de Salvador Allende. Se cumplían siete años del atentado contra las Torres Gemelas. Los catalanes celebraban otros dos: un cuarto de siglo de la entrada en funcionamiento de TV3 (un canal de televisión es siempre un hecho nacional) y la Diada, la conmemoración del momento en que Rafael Casanova i Comes, abogado y conseller en cap de Barcelona, se convirtió en un Gunga Din que se adelantó en dos siglos a Sam Jaffe, actor que encarnó al personaje de Kipling en la película dirigida por George Stevens en 1939.
Casanova no era el cabo aguador de su regimiento y no tenía trompeta con la que alertar a las tropas británicas desde lo alto del templo hasta su último soplido. En realidad, él era partidario de rendirse a las tropas de Felipe de Anjou y disfrutó de una vida más larga, pero el 11 de septiembre de 1714 tuvo un arranque y llevó hasta la muralla de los defensores el estandarte de Santa Eulalia, un anuncio del peligro que corría Barcelona. Tras ser herido en una pierna, eliminó de los archivos los papeles que lo comprometían y consiguió falsificar un certificado de defunción para huir de la ciudad disfrazado de monje. Obtuvo el perdón de Felipe V, volvió a ejercer la abogacía en Barcelona y murió a los 83 años en Sant Boi, donde está enterrado.
Todos los años, los partidos catalanes, incluido el PP, realizan una ofrenda ante la estatua del héroe en Barcelona. La gracia del asunto reside en que los independentistas insultan al PP y a quien se tercie: ayer, a Montilla y al Barça, y se quemaron fotos de los Reyes. Para acompañar el evento, un centenar de ayuntamientos catalanes decidió izar la bandera independentista en la casa consistorial. Los alcaldes pertenecen a CiU y ERC, pero también a ICV y al PSC.
Habíamos conllevado a la manera orteguiana el nacionalismo catalán, el pujolismo de CiU, pensando que nada es eterno, y resulta que cuando se produce el cambio es cuando empieza la verdadera pesadilla: el pujolismo del PSC y sus socios, que es como el anterior en versión friki.
El problema de que los españoles quieran homologarse mediante la adopción de objetivos nacionalistas es que sus esfuerzos están condenados al fracaso. Lejos de contribuir a darles carta de naturaleza en Cataluña o Euskadi, sólo sirven para excitar el celo reivindicativo de los nacionalistas y a elevar el listón de sus reclamaciones. La izquierda se arrima a Azaña, ignorando la prudente advertencia que le hizo Ortega durante el debate que ambos sostuvieron a propósito del Estatuto de Cataluña, sobre lo contraproducente de querer resolver de una vez el problema catalán: el esfuerzo no haría más que enconarlo; «en cambio, es bien posible conllevarlo».
El debate tuvo altura en mayo de 1932. Hoy, la altura se debe a desdichadas metáforas aeronáuticas con las que los nacionalistas quieren disponer una pista para que aterricen los más radicales de los suyos. Los socialistas quieren habilitar otra para que los nacionalistas bajen de las nubes y aprendan a sentirse cómodos en España. La experiencia ha demostrado que, lejos de facilitar el aterrizaje, la pista acaba siendo de despegue para quienes antes creían, con el título de una película de Robert Altman, que El volar es para los pájaros, esos alcaldes estelados del PSC, un suponer.
El cargo de Casanova, conseller en cap, fue el mismo que Maragall adjudicó 290 años después a Josep Lluís Carod-Rovira. No diré más.
Santiago González, EL MUNDO, 12/9/2008