Guillermo Gortázar-EL ESPAÑOL
El pasado domingo, el PNV celebró la fiesta nacionalista de la patria vasca. Que, en realidad, es la fiesta de la construcción nacionalista del Estado vasco.
Es muy evidente que una buena parte de la sociedad del antiguo Señorío de Vizcaya y de las dos provincias vascas, Álava y Guipúzcoa, no se identifica con el folclore peneuvista. Mucho menos con el de EH Bildu-HB.
Tanto los socialistas vascos como los populares carecen de proyecto político diferenciado de los nacionalistas. Así que se limitan a matizar o ir a rebufo de sus iniciativas.
El PNV lo tiene claro. Más competencias. Y cuando se completen las previstas en 1981, se solicitarán otras que vayan más allá, de acuerdo a sus propuestas de reforma del nuevo Estatuto.
La que se ha demostrado como muy deficiente ley electoral atribuye a los partidos nacionalistas una capacidad de influencia política en el Congreso de los Diputados que les ha permitido incluso alterar los nombres geográficos históricos en español (muchos de ellos derivados de fundaciones de villas de realengo de los reyes de Navarra, Aragón y Castilla) por otros totalmente inventados.
Así se explica el puenteo que Jordi Pujol impuso en el pacto del Majestic sobre el presidente del PP catalán, Alejo Vidal-Quadras. O el que efectúa de modo sistemático el Gobierno vasco sobre el PP del País Vasco.
Tampoco se libra el PSOE del desprecio y puenteo de sus militantes y dirigentes socialistas en las provincias vascas, ya que el PNV se relaciona directamente con «Madrid».
Hace apenas tres días, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, declaraba en Deia, el periódico del partido (el PNV es el único partido político español que mantiene prensa oficial de la organización):
«Lo que dice Denis Itxaso (delegado del Gobierno en la comunidad autónoma vasca) en Madrid pinta cero. Y, en Euzkadi, menos cero. Es irrelevante su opinión en la acción del PNV y en la relación entre el PNV y el Gobierno del Estado. Los equipos de primera sólo juegan con los de tercera en las primeras fases de la Copa del Rey. Nosotros hablamos con sus jefes, no con él«.
Esto es lo que se llama mando en plaza. ¿De dónde proviene? De acumular voto propio y prestado, singularmente de un desnortado PP cuyos votantes buscan en el moderado PNV refugio ante la amenaza de una mayoría de izquierdas con EH Bildu-HB.
En este contexto, el PNV lleva años de ocupación social, política y económica de todos los espacios (desde las asociaciones hasta las sociedades gastronómicas) en las tres provincias vascas, y lo intenta con especial interés en Navarra.
Si en el conjunto de España el incremento del poder político en detrimento de la sociedad civil es asfixiante, en la Comunidad Autónoma Vasca es aún mayor.
¿Dónde están los frenos para que el poder nacionalista vasco no sea tan abrumador y asfixiante como el padecido en Cataluña?
En primer lugar, en el dinamismo moderno y emprendedor de miles de empresas industriales vascas con capacidad de competencia internacional. Esas empresas no están por la labor de la inestabilidad política y la división de los vascos entre separatistas y no separatistas.
En segundo lugar, en el ejemplo del desastre catalán de la vía unilateral hacia la independencia, que ha hecho que se reafirme la prudencia y astucia del PNV. Se trata de acumular fuerzas para una coyuntura de imposición de la independencia más favorable.
Por último, en el concierto económico. Que, como es sabido, fue obra de fueristas liberales en 1878. Las tres provincias vascas, separadamente, acordaron con Cánovas del Castillo sus respectivos cupos y condiciones. Ese concierto es un feliz amortiguador de los impulsos separatistas. El riesgo de cuestionarlo, vía el artículo 155 de la Constitución, sirve de freno a los más atrevidos de los peneuvistas.
Mientras tanto, PSOE y PP harían bien en desarrollar y proponer una estrategia política en las tres provincias vascas que vaya más allá de meras objeciones adjetivas al actual y futuro Estatuto vasco.