El día en el que ETA puso en la diana a La Ertzaintza y al PNV

EL CORREO 16/11/13

· El asesinato del sargento mayor Joseba Goikoetxea, del que se cumplen 20 años el viernes, marcó un punto de inflexión en el pulso entre la Policía vasca y la banda terrorista.

«Si algún día quieren atentar contra mí, será en este puto semáforo». Hacía tiempo que Joseba Goikoetxea, de 42 años, sargento mayor y principal mando operativo de la Ertzaintza, no ocultaba a sus compañeros lo poco que le gustaba la intersección que une la calle Tívoli con el Campo Volantín, cerca del Ayuntamiento de Bilbao. Todos los días se veía obligado a detenerse en ese semáforo, que impone a los conductores una parada de 90 interminables segundos junto a una parada de autobús. Prácticamente no había otra forma de salir de las inmediaciones de Ciudad Jardín, donde vivía con su mujer y sus tres hijos, para dirigirse hacia el centro de la villa. Trataba de tranquilizar a Rosa Rodero, su esposa. Le decía que era imposible que ETA atentase directamente contra la Policía vasca. Lo mismo creían el Gobierno vasco y el PNV. Pero Joseba, alma máter de la Unidad Antiterrorista, sabía lo peligroso que era ese «puto semáforo»; las facilidades que ofrecía para que la banda y su entorno cumpliesen las amenazas con las que llevaban ya años atemorizando a su familia y, por extensión, al PNV, partido del que era destacado militante.

Desgraciadamente, no le falló su intuición de policía. Sus peores presagios se hicieron realidad el 22 de noviembre de 1993, el viernes hará ya 20 años. Goikoetxea salió de casa a las 7.55 horas en compañía de su hijo José, de 16 años. Ambos se despidieron de Rosa y subieron a un ‘Opel Vectra’. Joseba llevaba a su hijo a la parada del autobús que debía conducirle al colegio. No había mucho tráfico y no tardaron en llegar a la calle Tívoli. El semáforo estaba en rojo. Dos coches esperaban a que se pusiese en verde. El ertzaina se detuvo detrás de ellos. Tres miembros del ‘comando Bizkaia’ le aguardaban.

Con la ayuda de un colaborador, los etarras habían pasado un mes vigilando los movimientos del mando de la Ertzaintza. La parada les permitía pasar desapercibidos mientras reunían información para perpetrar un atentado que supuso un macabro salto cualitativo de ETA y que colocó directamente a la Policía vasca y al PNV en la diana de la banda por ser «un elemento represivo de primer orden contra las reivindicaciones de nuestro pueblo».

Quién sabe cuántas veces pasó Joseba al lado de los terroristas durante todos aquellos días en los que, según sus allegados, es posible que «bajase un poco la guardia». El sargento mayor llevaba varios meses sin ejercer de policía –quizá por ello relajó algo las medidas de autoprotección– tras haber sido condenado por participar en las escuchas ilegales al exlehendakari Carlos Garaiokoetxea.

A bocajarro

Los tres liberados del ‘ comando Bizkaia’ sabían que el ertzaina pasaría por allí, al volante de su automóvil, a primera hora de aquel lunes. Le esperaban en un ‘Citroën AX’ robado cuatro días antes en Bilbao. Cuando le vieron aparecer, Ángel Irazabalbeitia y Lourdes Txurruka recorrieron los pocos metros que les separaban del ‘Opel Vectra’, mientras José Luis Martín Carmona aguardaba en el coche para facilitar la huida. Txurruka debía proporcionar cobertura e Irazabalbeitia, ejecutar el asesinato. Se acercó por detrás, hasta la ventanilla del conductor. Y realizó dos disparos a bocajarro. A sangre fría. Con una ‘Sig Sauer’ de 9 milímetros. Una de las balas alcanzó de lleno a Goikoetxea en la nuca y quedó alojada entre el cuello y la mandíbula. El segundo proyectil le hirió en la zona lumbar. Su hijo resultó ileso, pero quedó traumatizado durante años. Su mujer, Rosa, que salió de casa 20 minutos después para ir al trabajo, se encontró de golpe con el turismo de su marido dentro de un cordón policial. Al instante supo lo que había ocurrido. La conmoción en la Ertzaintza y en el PNV fue mayúscula.

Joseba murió el 26 de noviembre después de cuatro días en coma profundo. El sargento mayor «quería tanto a su mujer y a sus niños» que, pese a la extrema gravedad de sus heridas, aguantó con vida el tiempo suficiente para que el Gobierno central acelerase el indulto que varios amigos habían pedido para él varios meses antes por el caso de las escuchas ilegales. Este trámite permitió condecorarle con las máximas distinciones policiales y a su familia, recibir una pensión en mejores condiciones.

El asesinato fue perpetrado tras una meticulosa planificación. Lo que más tiempo llevó a la banda y a su entorno fue «allanar el terreno» para que sus simpatizantes y parte de la sociedad pudiese «asumir» y «contextualizar» una acción directa contra un miembro de la Policía vasca y un militante del PNV, algo impensable entonces. A principios de la década de los noventa, ETA dio la orden de comenzar una campaña de desgaste y desprestigio contra algunos integrantes de la Ertzaintza, que con Juan María Atutxa como consejero de Interior asestó duros golpes a la organización. El objetivo, además de dividir al Cuerpo, era llegar a una siguiente fase en la que poder actuar contra determinados agentes sin que le costase tensiones internas.

Preso en Carabanchel

Esta estrategia aparecía reflejada con precisión en los documentos incautados al dirigente etarra José Javier Zabaleta Elosegui, ‘Baldo’, cuando fue detenido en 1991. El ‘comando Bizkaia’ siguió al pie de la letra la línea marcada por sus cabecillas cuando asesinó a Goikoetxea, que también fue sometido a una intensa campaña de desprestigio a través de publicaciones próximas a la izquierda abertzale. «El diario ‘Egin’ apuntaba y, al cabo de unun n tiempo, ETA ejecutaba», recuerda Daa- niel Etxeberria, alias ‘Pampero’, comm- pañero del mando asesinado en la unini- dad de Berroci y objetivo de la banda daa durante años.

En su particular lista del horror, r, , ETA había matado antes a cuatro erttzainas. También acabó con la vida dede Genaro García Andoain, alto cargo de Interior, durante un tiroteo en 1986 86 en una operación para liberar al indusstrial vitoriano Lucio Aguinagalde enen la que participó el propio Goikoetxea. a. La banda, que ya acumulaba varios os cientos de asesinatos en su macabro ro o historial, justificó esas muertes como mo o una especie de daños ‘colaterales’ en la medida en que no fueron consecuencia de atentados directos contra los policías vascos. Sólo el del superintendente Carlos Díaz Arcocha, en 1985, fue planificado expresamente porque los terroristas no le perdonaban su pasado como teniente coronel del Ejército español.

Goikoetxea fue un símbolo elegido por ETA para extender su amenaza a la Ertzaintza y a los militantes abertzales que se atreviesen a hacerle frente. Pero era mucho más que un simple ertzaina. Afiliado al PNV desde los 14 años, fue un activo militante antifranquista desde los 18. Trabajó en la distruibuidora de libros San Miguel, que era una tapadera del partido jeltzale, encargado de llevar su propaganda. Apenas cumplida la veintena tuvo que marcharse un año a navegar porque sabía que el régimen de Franco estaba tras sus pasos. Aquello no iba con él y volvió a Euskadi. No tardó en ser detenido y encarcelado por propaganda ilegal en la cárcel de Carabanchel.

Él fue uno de los últimos miembros del PNV que salió libre después de la muerte del dictador. Siguió trabajando activamente con el partido hasta que en 1980 el entonces consejero de Interior, Luis María Retolaza, encargó la creación de la primera unidad de Berroci, el embrión de lo que es hoy la Ertzaintza. Una veintena de hombres seleccionados con mimo entre simpatizantes de la absoluta confianza del PNV formaron un grupo de élite dirigido por Ramón Villalonga y el propio Goikoetxea.

 «Yo podría ser el siguiente»

En 1985, el sargento mayor se hizo cargo de la jefatura de los AVCS (Adjuntos a la Viceconsejería de Seguridad), que se convirtieron en los servicios de información encargados de la lucha antiterrorista. Goikoetxea seleccionó a los miembros de la unidad. Una tarea en la que, según recuerdan algunos amigos, tuvo que superar serias dificultades porque no había muchos agentes con voluntad de intervenir en esta tarea.

Los éxitos que cosechó en la lucha antiterrorista le colocaron en el punto de mira de ETA. Primero fue la desarticulaciónarticulación del ‘comandocomando BizkaiaBizkaia’ en 1990. Goikoetxea empezó a ser señalado en las publicaciones de la izquierda abertzale, sobre todo a raíz de las denuncias de malos tratos formuladas por uno de los detenidos. Un año después, ETA le calificó de «despreciable torturador y asesino de encargo» por su intervención en una operación en el parque Etxebarria, de Bilbao, en la que perdieron la vida el ertzaina Alfonso Mentxaka y el terrorista Juan María Ormazabal, ‘Tturko’.

Daniel Etxebarria, miembro del Berroci Berezi Taldea, estaba cerca de Mentxaka cuando cayó abatido. La operación, en la que él participó –explica–, estaba diseñada en un principio para ir a por «tres pringados» y acabó en un tiroteo con un comando que llevaba unauna bombabomba ppara «atentar conJoJoseba GoGoikoetxea, rereunido en un txtxoko con un grgrupo de amigos y, a la derecha, cocon la hija de un allallegado durante ununa excursión. tra un policía nacional». A partir de ese momento, los nombres de ‘Pampero’ y de otros ertzainas empezaron a salir también en publicaciones cercanas a la izquierda abertzale. Algunos de ellos temieron seriamente por sus vidas. ‘Pampero’ asegura que le advirtió de sus sospechas al menos dos veces al entonces viceconsejero de Seguridad, José Manuel Martiarena. «Pero nos dijo que no nos preocupáramos, que no pertenecíamos a ningún grupo de riesgo», lamenta.

El propio Goikoetxea realizó sus únicas declaraciones públicas para salir al paso de la «campaña de desprestigio» que estaba sufriendo. «Entiendo que a ellos les parezca una persona molesta porque soy un profesional de la Ertzaintza y nacionalista. Tanto a ETA como a su mundo les duele que sea ‘gente de casa’ la que va a por ellos. Pero soy vasco y seguiré viviendo en Euskadi», dijo a la agencia Vasco Press.

Ocho meses después, ETA acabó con su vida. A partir de entonces, todo cambio. Ya no había intocables. El PNV emitió un duro comunicado en el que advirtió a ‘Egin’, a ETA y a KAS que les consideraba un «todo» y que interpretaba el atentado como un ataque «directo». Un grupo de ertzainas creó el colectivo Hemen Gaude y encendió una «llama por la paz» para plantar cara a los etarras. Un gesto de valentía que no evitó que muchos agentes empezasen a ocultar su profesión en su vecindario. HB reaccionó pidiendo la retirada de la Policía vasca de la lucha antiterrorista y, al mismo tiempo, en muchas comisarías aparecieron pasquines del entorno radical con un mensaje: «Si no nos atacas, yo no te ataco».

«Incluso entonces hubo compañeros que decían ‘algo habrá hecho’ o ‘era un mando’», recuerda Etxeberria. Este berroci, retirado como víctima del terrorismo, militante del PNV durante años, dice que su carrera se truncó cuando mataron a Joseba. «Me entró un ataque de rabia porque se lo había advertido. Empecé a golpes con todo en la comisaría. Me defenestraron por decir que se podría haber evitado. Y me di cuenta de que, si no rompía con aquello, yo podría ser el siguiente», recuerda.

Han pasado 20 años desde que asesinaron a Joseba. ETA ya no mata. Los uniformes de los ertzainas empiezan a verse otra vez en los colgadores de las casas. Lo único que sigue en su sitio es el semáforo de la calle Tívoli.

EL CORREO 16/11/13