MIKEL BADIOLA GONZÁLEZ-EL CORREO

  • A los partidos que se identifican con ese espacio no les basta presentarse como una opción moderada; han de cautivar por la eficacia de sus propuestas

Estamos asistiendo al deterioro progresivo de Ciudadanos, cuyo momento álgido -hasta ahora- se ha producido al no obtener representación parlamentaria en las recientes elecciones a la Asamblea de la Comunidad de Madrid. La formación corre el riesgo de disolverse como un azucarillo. Esta crisis recuerda a las de UCD, CDS, UPyD y Partido Reformista Democrático, todos ellos autoproclamados centristas. No me voy a referir a esos casos, sino que quiero hacer una reflexión sobre las dificultades de un centro político en la sociedad, en general, según la percepción que tiene la ciudadanía a nivel de calle.

En primer lugar, la escasa tradición centrista en España está en el núcleo del desconocimiento general sobre el centro político. Por ello, la gente tiende a inclinarse más a la derecha o a la izquierda en cuanto a la solución de sus problemas. Por otra parte, el término «centro», en su sentido literal, induce a considerar el centro político como una opción moderada, entendida más bien como blanda en contraposición a las ofertas de la izquierda y la derecha, aparentemente más resolutivas. También se interpreta el centro político como una opción equidistante entre la derecha y la izquierda; pero la equidistancia, sin más, no tiene por qué ser la opción correcta en cada caso. Por todo ello, el centro político necesita superar esas barreras, lo que requiere hacer hincapié en la eficacia de sus propuestas por encima de todo lo demás.

En segundo lugar, los movimientos ‘cosméticos’ tampoco ayudan al centro. En un país en el que se funciona cada vez más con poses y etiquetas en lugar de con ideas y programas, existe la tentación de explicar la posición del centro a través de mera palabrería o actuaciones formales. No es suficiente con decir «soy de centro». El viejo y sabio refrán sentencia «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Se exige algo más. Tampoco sirven los guiños a ambos lados, tales como pactos políticos o coincidencias de voto; se puede pactar y coincidir a derecha y a izquierda, pero ello ha de ser consecuencia de políticas parcialmente similares, pues, en otro caso, la gente puede pensar que el centro no tiene las ideas claras.

Por otra parte, los movimientos ‘cosméticos’ de la derecha o la izquierda pueden tener efectos devastadores para el centro. Cuando la izquierda o la derecha hacen «viajes al centro» -casi siempre verbales-, autocalificándose de centro-izquierda o centro-derecha, dejan al centro sin suelo. Frente a ello solamente cabe oponer proyectos sólidos con el sello del centro. Y si es el centro el que sucumbe a la tentación de bascular hacia la izquierda o la derecha, habrá cavado su propia fosa, ya que se desdibujará su identificación como centro y, además, la ciudadanía preferirá el original (la izquierda o la derecha a la que se aproxime) a la copia (el nuevo advenedizo procedente del centro).

En tercer lugar, las carencias anteriores no se superan con la invocación a la condición de partido liberal. Podría entenderse que esa expresión evoca al liberalismo decimonónico, criticado por ser ajeno al colchón social admitido hoy día. Además, si se interpreta dicha expresión -«liberal»- como un canto a la libertad, sin más, ha de tenerse muy presente que la «libertad» es una palabra manoseada y manipulada, sometida a usos demagógicos e interesados. Hace falta mucho más.

Por todo ello, el centro político no lo tiene fácil, pues ha de abrirse camino entre la derecha y la izquierda a fin de que sus fórmulas puedan ser tomadas en consideración por la ciudadanía al mismo nivel de competencia social que esas otras opciones políticas. En ese sentido, el centro político navega contra corriente respecto a su percepción ciudadana.

Para conseguirlo, en mi opinión es necesario que la bandera de la libertad sea tomada como «libertad real y efectiva» (artículo 9-2 de la Constitución). Que se materialice, mucho más allá de las campañas electorales, no sólo en todas las políticas y acciones, sino también en todas y cada una de las decisiones públicas especificas, grandes o pequeñas, como diferentes partes de un proyecto integral, orientadas a la actividad cotidiana del día a día, con carácter diferencial respecto a la izquierda y la derecha, y en términos recognoscibles y reconocidos por la ciudadanía en su dinámica social. Y, además, que quede acreditado que los planteamientos basados en esa libertad son los mejores para el bienestar de la población; y que ésta así lo vea.

Los éxitos de algunas formaciones políticas de centro han tenido que ver más con el escenario político general y con la situación de los demás partidos que con un proyecto político propio. Y por eso han desaparecido o están en riesgo de desaparecer en poco tiempo.