Juan Carlos Girauta-ABC
- Hay que ser muy ingenuo o muy necio para no advertir el juego que se trae el sanchismo
Hace más de diez años se nos pidió a una treintena de personas que opináramos sobre el Rey Juan Carlos. Lo dicho se convirtió en libro. Al hojearlo me pareció que solo dos entrevistados formulaban alguna crítica al monarca: Julio Anguita y quien firma. Los demás solo cantaban excelencias. En mi caso, la crítica quedaba más que compensada con el reconocimiento del rol jugado en la Transición.
Es curioso que nadie se refiera ya al Emérito sin marcar distancias. Las apostillas de rigor no aportan gran cosa, pero dibujan un ‘establishment’ en la inopia. Nada sabían antes de ayer sobre los amigos que Juan Carlos escogía, pese al evidente patrón. Nada de unas veleidades que, en su vertiente galante, a nadie conciernen, pero que luego han dado pie al regodeo y al chapoteo. Unos por la bajeza propia del cobarde, otros porque desean acabar con la Monarquía, hoy se relamen todos con las noticias que llegan desde Londres, ante cuyos tribunales prepara la gran lianta Corinna zu Sayn-Wittgenstein el despedazamiento último del octogenario.
Las virtudes y defectos del anciano Rey son los de nuestro sistema. Es como lo que pasó con Azaña y la República, pero más extendido en el tiempo. Rey y sistema fueron impetuosos, audaces, encantadores y triunfantes al principio. Acomodaticios luego y descarriados. Sujetos al ascendiente de tipos sin escrúpulos. Inermes están al final ante sus enemigos.
Inerme el sistema porque el Ibex mató a los que iban a regenerarlo. Por cierto, ese puñado de empresas nunca podrá pagar su deuda con Juan Carlos I, que les abrió el mundo y todas sus puertas. Los regeneradores hoy barridos, nadie lo dude, habrían aplicado la ley a Juan Carlos I, como a todos. Lo que no habrían hecho es prolongar artificialmente unas investigaciones de la Fiscalía que están conclusas y que no han dado para que un juez ponga al Emérito en situación de investigado.
Hay que ser muy ingenuo o muy necio para no advertir el juego que se trae el sanchismo. Tener al exiliado en la cuerda floja equivale, aunque no debiera, a mantener la institución acogotada. El sector salvaje del Gobierno querría liquidarla. De momento se contentan con la carnaza que les administra la Fiscalía General, cuya titular desprestigia al órgano. «Incompatible con la imparcialidad» considera a Delgado la asociación mayoritaria de fiscales.
Todos los grupos que apoyan al Gobierno son enemigos declarados de nuestra Monarquía parlamentaria, como lo son de la entera arquitectura constitucional. Han ido encontrando en cada recodo el modo de neutralizar el espíritu de la Constitución sin derogarla. No otra cosa es, de momento, el sanchismo. Por ejemplo, se desacatan las sentencias judiciales que contravienen la ingeniería social nacionalista. Por ejemplo, se estrecha el espacio del impecable Rey Felipe y se le jibariza a cuenta de turbiedades que en nada le conciernen.