“Una pandilla de los llamados socialistas del siglo XXI ha asaltado los recursos de Latinoamérica. Ahora, esos recursos se invierten en fundaciones que financian partidos políticos, y por respeto no quiero referirme a ninguno porque estoy en España, organizaciones sociales e intelectuales de izquierda que se sienten muy cómodos con esa posición ideológica y económica. El dinero suele comprarlo todo, menos la dignidad. Yo soy socialista, pero de veras. Es una pandilla que se apropió del término socialismo para esquilmar a los países”. La reflexión –salida de la boca de Lenin Moreno, presidente de Ecuador, entrevistado con motivo de su visita a Madrid para participar en la Cumbre del Clima- es importante para comprender no ya lo que está pasando en Latinoamérica, que también, sino la mutación genética experimentada por la izquierda socialista en España y otros lugares del mundo, concretada aquí en el Gobierno socialcomunista que, si hacemos caso a los signos externos, se nos viene encima.
Lo peor, con todo, vino unas horas después, tarde del martes, cuando el Partido Sanchista y ERC excretaron un comunicado conjunto elevando a doctrina del futuro Gobierno socialcomunista el arreglo de ese “conflicto político” que supuestamente existe en Cataluña. Cautivo y desarmado el viejo PSOE, las tropas independentistas están a punto de alcanzar sus últimos objetivos merced a un Pedro Sánchez dispuesto a abrirse de piernas con tal de poder seguir durmiendo en el colchón de La Moncloa el mayor tiempo posible. En Cataluña ya no hay un problema de convivencia y orden público, consecuencia del incumplimiento reiterado de la ley, sino un “conflicto político”. Y ya ha dicho Pere Aragonès, vicepresidente del Govern y número dos de ERC, cómo se debe solucionar ese “conflicto político”: reconociendo el derecho de autodeterminación y aceptando un referéndum de independencia.
De modo que esto ya está muy hecho o lo parece, por mucho que el compañero Ábalos ponga los ojos en blanco y diga que en las dos sentadas habidas hasta ahora solo se ha hablado del mar y de los peces. A falta de sorpresa mayúscula, a falta de golpe de timón dentro del sanchismo que nadie entrevé, lo de Sánchez y ERC está hecho. “De eso me encargo yo”, dicen que repite el camarada Iglesias. Porque nadie va a poder torcer el pulso de este buscavidas de la política sin escrúpulos. Un país prisionero de un personaje. Los popes del viejo PSOE protestan estos días con argumentos cargados de razón, pero los viejos popes del PSOE no pintan nada. Sánchez los ha fusilado a todos al amanecer contra la tapia blanca del más descarado aventurerismo político. Rodríguez de la Borbolla ayer en El Mundo. Toneladas de verdades como puños cargadas de sentido común. Alfonso Guerra ayer mismo en COPE: no se puede pactar con delincuentes. De nada vale porque nada pueden. Ni ellos ni Felipe. Las viejas siglas del PSOE son ahora propiedad privada de un trilero dispuesto a todo. De modo que tendremos Gobierno frentepopulista con el apoyo del independentismo catalán, de los herederos de ETA y del nacionalismo meapilas vasco. Vayan poniendo sus barbas a remojar.
Vamos derechos al precipicio, imbuidos de la sensación de que esto no hay quien lo pare. A la orquesta mediática que, junto a algunos empresarios de postín, apoya la llegada del Gobierno de Pedro & Pablo, se han unido también los sindicatos, éramos pocos, que han visitado en la cárcel de Lledoners al líder de la trama golpista para pedirle que invista a Sánchez, que no sea malo y, sobre todo, no sea tonto, que nunca tendrá el separatismo oportunidad mejor de desbaratar España que con este botarate a quien le importa lo mismo Juana que su hermana. El encuentro sindical con Junqueras recuerda la visita de Sánchez Guerra, encargado por Alfonso XIII de formar Gobierno, a los miembros del Comité Provisional de la República encarcelados en la Modelo de Madrid. Ya sabemos cómo acabó aquello. Unos sindicatos sujetos a estas alturas por la brida del marxismo, caso inédito en la UE, que viven de la sopa boba que anualmente les suministra los Presupuestos de un Estado con el que quieren acabar, dispuesto también a enviar al cubo de la basura una reforma laboral responsable de haber creado mucho empleo en los últimos años. Impúdico espectáculo el de este sindicalismo marxista, arriba parias de la Tierra, de rodillas ante el representante de un partido que aspira a acabar con la igualdad entre españoles, en alianza con la derecha reaccionaria y xenófoba catalana. Hay que seguir viviendo sin dar palo al agua. El dinero lo compra todo, menos la dignidad.
“Todo irá bien”, dice Iván Redondo
“Irá bien, no te preocupes, irá bien”, respondía el martes por la noche Iván Redondo cuando, al final de la cena de Navidad de los Dircom celebrada en el Villamagna, será por dinero, alguien fue a manifestarle su preocupación por el espectáculo del Congreso de buena mañana y el acuerdo con ERC de la tarde noche. “Le he respondido indignado que te irá bien a ti, pero no al país ni a sus empresas, ni, desde luego, a los españoles en su conjunto”. A los Duguesclín del entero mundo siempre les fue bien, al margen de la suerte de sus amos, acostumbrados como están a saltar raudos a la grupa de sus caballos y ponerlos al galope en el momento mismo en que las defensas de la fortaleza empiezan a ceder, no sin antes haber cobrado su sabroso estipendio. Otro caso evidente de dinero y dignidad.
Sensación de vacío. Y de cierta orfandad. Nadie en frente. Millones de ciudadanos asustados por el horizonte de desbarajuste que se avecina. Y ahí está la derecha, ofendida y desarmada, liada en los vericuetos de sus melindres, de sus complejos, de su falta de vigor intelectual y quizá moral, sobrada de testosterona y soberbia, muy señorita y muy soberbia. Al penoso fin de fiesta al que asistimos estos días no ha querido faltar uno de los grandes responsables, no el único, del desastre que vivimos; un tipo que llegó a contar a partir de diciembre de 2011 con una cómoda mayoría absoluta con la que, con unas gotas de patriotismo y algunas ganas de trabajar, podía haber dado la vuelta a este país como a un calcetín haciendo realidad esa España liberal con la que estamos reñidos desde siempre, desde las Cortes de Cádiz para ser exactos. Ese señor y su cohorte de estirados tecnócratas dejaron escapar la más clara ocasión que vieron los siglos para haber cambiado a mejor la piel de toro, pero, mediocres hasta la médula, corruptos a cual mejor, prefirieron el dolce far niente de quien, aferrado a La Moncloa, espera que el tiempo todo lo arregle o lo destruya todo.
Su despedida tuvo lugar en un garito donde durante horas se dedicó a emborracharse mientras dos cuadras más allá se decidía el destino de la nación. El tipo anda ahora intentando reivindicarse con un libro de falsas memorias, plagado de intencionados olvidos, que no pretende otra cosa que blanquear su traición a España y a los demócratas españoles. Anoche mismo lo presentaba en Madrid. Este franquista de mesa camilla y Marca, este mediocre que jamás debió presidir otra cosa que el Casino de Pontevedra, busca rehabilitarse mientras el país que nos dejó por herencia se cae a pedazos, a los mandos de un vividor a quien aquella tarde regaló el poder en un acto de vil entrega, Carlos IV y su felón hijo en Bayona, cuya importancia el paso de tiempo se encargará de agrandar. En lugar de estar escondido, en vez de quedarse en casa sin salir a la calle en previsión de que el pueblo llano le insulte, este Mariano Galbanas, este perfecto cretino que debería estar sentado en el banquillo, anda galleando estos días por radios y televisiones, tan fresco, tan campante, y anuncia pronta sesión de El Hormiguero “dispuesto a divertirse”, dice con descaro, porque para él, lo que está pasando, lo que está por pasar en España, no pasa de ser puro divertimento. Él cuenta ya con un buen pasar, y es sabido que el dinero lo tapa todo menos la dignidad perdida. La derecha política tiene lo que se merece, pero los españoles no nos lo merecemos.
Vale de nuevo la metáfora náutica. España parece más que nunca un barco a la deriva, en cuyo puente de mando imparten órdenes quienes quieren embarrancarlo contra las rocas, con un necio henchido de huera vanidad por capitán y una marinería de alcahuetes que le deben los garbanzos y no se atreven a pararle los pies, amarrados al cepo todos de esos grupos de poder empeñados en triturar la unidad de España para poder reinar cual sátrapas sobre sus respectivos territorios. Nada me gustaría más que equivocarme, decir que España es una nación de siglos difícilmente desmontable, con instituciones fuertes y capaces de resistir todos los embates. Salvo sorpresa, se avecinan tiempos difíciles. Como dice Rodríguez de la Borbolla, “España está en subasta pública” y debemos prepararnos para pasar una temporada en el infierno de ideologías fracasadas, necesitadas de una buena ración de miseria para pervivir. ¿Hay alguien ahí? Algunos creen que esa temporada será breve y que tras ella será posible remontar el vuelo. Habrá que verlo. No será fácil desalojar a la sinrazón del poder. En el mejor de los casos, habrá que evaluar lo que queda en pie después de esa caída al vacío y preguntarse si será posible construir un nuevo edificio de convivencia y progreso sobre los cascotes de esa patria tantas veces humillada por sus viejos recalcitrantes enemigos.