Beatriz Martínez de Murguía, LA RAZÓN de México, 28/10/11
No conozco a nadie, en el País Vasco, que no haya sentido alivio o una cierta satisfacción al conocer la última declaración de ETA, en la que asegura su intención de no matar más. Claro que falta verificarlo en el tiempo, pues aún dispone de un importante arsenal y cualquiera sabe que la palabra de un terrorista es sólo eso, la palabra de un terrorista.
Pero, a diferencia de otras “treguas” pasadas, cabe pensar que quizás sí estemos de verdad ante el ansiado fin de un grupo armado que declaró su propia “guerra”, mató, extorsionó, obligó al exilio a miles de conciudadanos y, no lo olvidemos, sobrevivió cuarenta y tres años (contando desde su primer asesinato) gracias al apoyo incondicional, la complicidad, la indiferencia, el silencio y el ánimo de un número nada desdeñable de vascos, expresado en innumerables pintadas callejeras y en los gritos de “gora ETA” proferidos en las manifestaciones autorizadas o no por el gobierno o las instancias judiciales.
Ésa es la realidad y el meollo de la cuestión que ahora nos ocupa: no sólo la desaparicíón de ETA, sino la pervivencia del discurso que la ha hecho posible y que no tiene visos de diluirse por ningún motivo, mucho menos cuando, hoy por hoy al menos, la “hoja de ruta” marcada por quienes sólo antes de ayer pidieron al grupo terrorista que deje de matar sigue cumpliéndose con toda precisión. Es un discurso envalentonado, además, por los acontecimientos de la última semana. Hemos leído reivindicar el terrorismo de ETA como “un mal necesario”, hemos escuchado a quienes se creen personas de bien manifestar que “sin ETA no estaríamos donde estamos” (en referencia a las posibilidades que creen de conseguir la independencia en el corto plazo) y hemos conocido que el sábado pasado medio millar de guardias civiles se manifestaron frente a la sede del Gobierno Vasco para protestar por el acoso y el hostigamiento de que son objeto en los municipios donde Bildu (la antigua Batasuna, para todos los efectos) gobierna desde las elecciones de mayo pasado. Es decir, que poco ha cambiado realmente en el discurso y no hay razones para creer que eso pueda cambiar en un futuro cercano. No ha habido una solicitud de perdón por el inmenso daño causado y no sólo a las víctimas y sus familiares sino también al conjunto del País Vasco por el envilecimiento que ha provocado su violencia. Pero, como alguien ha escrito en estos días, no se puede pedir conciencia moral a quienes carecen de ella, para quienes la consecución de un fin político ha justificado la comisión de infinitas tropelías y vilezas. Por eso, precisamente por eso, se impone la necesidad de hacer cumplir la ley: dentro de ella, todo; fuera de ella, nada. Lo demás sería tanto como darles carta blanca para seguir explotando el miedo y creer que, efectivamente, la práctica del terrorismo mereció la pena.
Beatriz Martínez de Murguía, LA RAZÓN de México, 28/10/11