- El prolijo exordio de la sesión plenaria que el candidato ha preparado cuidadosamente durante dos meses, salvo que lo modifique sensiblemente, corre el peligro de no acabar de cumplir los imprescindibles objetivos
En una operación descarada de spoiler, un periódico digital de orientación izquierdista ha publicado, tras recibir la oportuna filtración, el texto completo del borrador ya terminado del discurso de Ramón Tamames para la moción de censura que se sustanciará en el Congreso de los Diputados el próximo martes 21 de marzo y se votará al día siguiente. El resultado de la votación es conocido, al igual ahora que la intervención inicial del veterano profesor, voto en contra del bloque Frankenstein y de Ciudadanos, abstención del PP y voto favorable de Vox. No existe, por tanto, la menor duda en relación con el resultado de esta operación parlamentaria y también se ha desvanecido la incógnita que hubiera prestado algo de emoción al acontecimiento, el saber a partir del momento en que el orador tomase la palabra, y no antes, qué iba a decir el autor de Estructura Económica de España para justificar su comparecencia en el hemiciclo con la pretensión -meramente teórica e irrealizable- de sustituir a Pedro Sánchez en la cabecera del Consejo de Ministros.
He leído con suma atención la treintena de páginas de reflexiones, análisis y surgencias que el candidato ha vertido en un texto largo y denso, redactado con rigor académico, solidez argumental y voluntad de abarcar el mayor número de cuestiones posible sobre la situación actual de nuestro país, sus muchos y profundos males y sus posibles remedios. La intención de esta moción de censura es, sin duda, loable, y las posibilidades que abre el hacerla realidad, innegablemente interesantes. Ahora bien, al conocer el contenido de la alocución inaugural del venerable diputado constituyente y antiguo huésped de la cárcel franquista, la impresión que tengo es que el planteamiento que se dispone a hacer Tamames puede sufrir un indeseado desenfoque. En efecto, la idea germinal que, adecuadamente materializada, hubiera descolocado al Gobierno y cumplido la función catártica que la sociedad española necesita, consistía en que una figura de la sociedad civil, independiente de siglas partidistas, de larga y fecunda trayectoria pública, de reconocido prestigio intelectual y dotada de indiscutible autoridad moral, realizase un diagnóstico certero e implacable del presente marasmo en que nos hallamos atrapados, encendiese las luces rojas de alarma que despertasen a una sociedad adormecida y engañada y marcase el camino de un cambio de mayoría en los comicios generales que tendrán lugar a finales del año en curso.
El monótono desenvolvimiento de sus centenares de párrafos desprende, por su misma longitud y amplia heterogeneidad de los asuntos abordados. Un inoportuno aroma de normalidad
Sin embargo, el prolijo exordio de la sesión plenaria que el candidato, según propia confesión, ha preparado cuidadosamente durante dos meses, salvo que lo modifique sensiblemente después de leer este artículo, corre el peligro de no acabar de cumplir estos imprescindibles objetivos. La lectura de esta pieza trabajosamente elaborada transmite una sensación que no sólo no va a sacudir a la opinión obligándola a tomar conciencia de la gravedad del panorama en el que estamos inmersos, sino que, por el contrario, es posible que contribuya a su letargo porque el monótono desenvolvimiento de sus centenares de párrafos desprende, por su misma longitud y amplia heterogeneidad de los asuntos abordados. Un inoportuno aroma de normalidad. Lejos de dar unos pocos trompetazos de irrebatible contundencia, la prolongada retahíla de temas de trascendencia varia, todos sucesivos y de igual nivel decibélico, corre el riego de sumir al lector y eventualmente al oyente en la impresión de que está escuchando la crítica constructiva y sosegada de la labor de un Ejecutivo y de un presidente que, si bien no lo hacen todo bien, tampoco representan un peligro existencial, lo que casa mal con la justificada afirmación de que Sánchez es uno de los peores gobernantes de nuestra historia.
En vez de desgranar con el deseo de ser exhaustivo un catálogo completo de temas en el que la voracidad fiscal, la política forestal, la educación, la gestión de los recursos hídricos, la desindustrialización, el asalto a los órganos constitucionales, la ley electoral, el sector agroalimentario, el abuso del decreto-ley, Gibraltar y así un número a todas luces excesivo hasta la extenuación del orador y de sus oyentes, son tratados sucesivamente en pie de igualdad sin una jerarquía que los ordene por grado de relevancia ni ponga el énfasis en aquellos que por su naturaleza y alcance merecen ser destacados, lo que debería hacer el candidato es exponer en toda su crudeza las cuatro grandes lacras de nuestro sistema político, de nuestro modelo social y de nuestra estructura productiva que son:
- La transformación de nuestra democracia constitucional en una partitocracia extractiva y corrupta.
- Una asignación escandalosamente ineficiente de los recursos públicos que conduce a un gasto público desbocado y a un endeudamiento insostenible,
- La consideración de las fuerzas separatistas como un elemento aceptable del juego político convencional con las que se puede dialogar y pactar.
- La sustitución perversa de un orden social vertebrador, capaz de proporcionar seguridad, prosperidad y prestigio internacional a la Nación, por otro disolvente, destructivo, divisivo y empobrecedor en lo material y en lo ético.
Por supuesto, cada una de estas denuncias debería ir acompañada de las propuestas de reformas legislativas y de actitudes políticas que revirtiesen sus efectos deletéreos y colocasen a España en el camino del éxito. Las cosas han llegado a un extremo en que todo lo que no sea insistir sobre estos puntos de carácter estructural es perder el tiempo, marear la perdiz y ponérselo fácil al bloque diabólico que tiene como proyecto irrenunciable la liquidación de España como Nación, la laminación de nuestra riqueza y el arrasamiento de todos los valores que vertebran la civilización occidental. Del considerable tamaño y deseo de abrazar el Estado en su conjunto sin dejar rincón por explorar de la lección magistral de Ramón Tamames parece desprenderse que no es consciente de esta realidad hiriente, pero insoslayable, y a lo peor suena con la nada conveniente cadencia del business as usual. En cualquier caso, lo que es imprescindible es que los máximos responsables de las dos formaciones que previsiblemente posibilitarán una alternativa dentro de nueve meses entiendan, por si Tamames en el discurso que conocemos no lo hace con la intensidad requerida, la magnitud de la crisis de sistema que nos agobia y actúen en consecuencia.