Metidos en campaña electoral no cabe prever que se atenúe la agresividad del poder hacia los aspirantes. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo. Cuando peligra la continuidad de quienes mantienen el gobierno, surgen las apelaciones a una inocencia perdida que ellos muy especialmente se encargan de enunciar como si se tratara de un atentado a la concordia y al buen talante. Con un cinismo impertérrito aseguran tener el monopolio de las buenas formas y del respeto a las normas democráticas.
Hay que fijarse en el modo. Una frase ambigua, un sarcasmo desmedido, una torpeza de expresión pueden convertirse en un escándalo, porque tienen a varios centenares de tipos pendientes de echar el aceite para que todos resbalen y al final te conviertas en provocador de la caída. Hay que empezar por el quién lo dice, luego por sus presuntas intenciones maléficas y por último llamar a filas a la tropa abducida para que asalte al que levantó el dedo. Es desmesurado que una parlamentaria de Vox denuncie la ofensiva de Irene Montero contra la judicatura por la ley del “sólo sí es sí” -una tautología propensa a no tomársela en serio-, pero la gravedad del asunto no está en quién dice lo que casi todos pensamos sino en que sea Vox y no cualquier otra figura de nuestro patético elenco político-mediático la que se carcajee.
Quizá la inconmovible voz de la verdad permanente, que aspira a marcar lo que podemos decir y lo que no debemos, está significando algo en la intimidación de quienes osen mirar de cerca ese espejismo de montaña que pare ratones
Ahora que se ha convertido en moda la expresión “ponerse de perfil” habría que preguntarse por qué nos ponemos de perfil ante el comportamiento aventado de una ministra que debe su cargo a la designación digital de su marido. ¿O es que hay dudas? Quizá la inconmovible voz de la verdad permanente, que aspira a marcar lo que podemos decir y lo que no debemos, está significando algo en la intimidación de quienes osen mirar de cerca ese espejismo de montaña que pare ratones. A mí me inquieta que entre las doscientas tontunas arrebatadas que suele predicar la extrema derecha haya una que nos obligue a tener que rendirle condescendencia.
Irene Montero, viuda política de un líder en decadencia, no debe su cargo a su talento de sobra evidenciado sino a razones de familia en un partido, en el que se mezclan de manera espectacular -de espectáculo- lo personal y lo político. Si decir esto es una prueba de machismo; callarse sería una muestra de castración por acojonamiento. Uno puede ser un incompetente irremisible sin necesidad de hacerse la víctima. El monopolio de las palabras, que no de las ideas, es una atribución que se consiente cuando alguien tiene la sartén por el mango y el mango también, aunque tenga los días contados. Primero agredes y luego lloras. Las almas cándidas deberían concederse unos minutos para evaluar los efectos de la benevolente estupidez.
Hay que luchar por ponerse de perfil ante las polémicas tontilocas; un trabajo baldío pero inevitable
Que nuestra vida política tenga que desgañitarse para discutir sobre lo que es el feminismo pasado por el agua del poder, muestra una señal de empobrecimiento y una prueba de que discutimos sobre lo que ellos quieren. Hay que luchar por ponerse de perfil ante las polémicas tontilocas; un trabajo baldío pero inevitable. En Barcelona, ese barrio grande de la impunidad, acaban de nombrar jefe del Puerto, para lo que se necesita oficialmente la aprobación del gobierno central, a un tipo oscuro, Lluis Salvadó, reo de la justicia y cuyo ferviente independentismo va acompañado de un acendrado feminismo: cuando tengas dudas sobre una mujer para un cargo, elige la que tenga tetas más grandes (sic). Una aportación a su currículo ideológico que no ha merecido ni un comentario a la hora de tal alta designación.
La libertad de expresión está siempre ordenada en función de prioridades y quienes marcan lo que constituye tema de debate o de indignación lo deciden los gabinetes oscuros del poder. Esto vale y esto otro debe atenuar su impacto. Es un ejercicio cuya única metáfora sería el de ejercer de “putas respetuosas”, que tan buen juego hicieron en la literatura; me vendo, pero atiendo al mercado de mis necesidades. Las palabras del presidente aragonés Lambán señalando a Javier Fernández, antiguo líder del socialismo en Asturias, como candidato óptimo para la secretaria general del PSOE, capaz de evitar el desquiciamiento de Pedro Sánchez, son un reto político que bien merecería una reflexión, en vez de discutir sobre si la fabricante de torpezas, Irene Montero, es una feminista avezada o una trompetera asentada.
Las ideas de Lambán sobre la deriva de Pedro Sánchez, corregidas en menos de 24 horas, no tienen de momento ningún recorrido. Los gabinetes de creacionismo temático no deben encontrarlo idóneo en la expedición de propagadores de odio, y sin embargo políticamente va a ser trascendental, porque alguien ha puesto nombre a ciertas cosas de las que no se debe hablar.
En una sociedad tensionada desde la cresta de la pirámide es el poder el encargado de administrar el discurso del odio. Estos aprendices no conocen que ya desde sus abuelos fue así y que Franco, hasta sus últimos crímenes de Estado en vísperas de su muerte, fomentó la idea de que él representaba la estabilidad frente a la oposición, que debía reprimirse porque alimentaba el odio hacia España; un ente fabuloso de paz y progreso, su patrimonio.
Nada puede evitar la contemplación de ese juez mentiroso, Marlaska, pillado en falsedad notoria, cuando se enfurruña con gesto infantil a la espera de que alguien le eche un salvavidas
El odio es inseparable del poder, que es quien decide lo intolerable y lo benéfico. No se equivoca nunca. Lo que toca lo convierte en adjetivo por más que las dificultades de administrar una casa en quiebra obligue a disfrazar esa sensación de final de partida. Nada puede evitar la contemplación de ese juez mentiroso, Marlaska, pillado en falsedad notoria, cuando se enfurruña con gesto infantil a la espera de que alguien le eche un salvavidas. Que se apañe con lo que tiene y a bracear hasta la orilla; llegue exhausto o ahogado, ya se encargarán de hacerle un funeral solemne, que para eso están las puertas correderas de la judicatura, tan usadas que parecen salones de los pasos perdidos.
Los partidetes carroñeros irán cobrando las piezas que se queden en la cuneta. Mientras dure la ansiedad más oportunidades tendrán de recoger carnaza. El discurso del odio siempre lo representará el adversario, ahora convertido en enemigo a abatir. Sólo la imaginación impredecible de un chino hubiera sido capaz de convertir las hojas sin texto en denuncia cargada de palabras. Cuando ya todo se ha dicho, basta con un folio en blanco para que el poder y el odio se sientan afectados. Una manifestación de ciudadanos españoles con una sola hoja en la mano sería una denuncia de todo lo que las palabras tratan de ocultar.