Me llega una historia increíble desde Barcelona que me veo en la obligación de confiar a los lectores aunque sea con todas las reservas. Empieza con la visita de Felipe VI a la inauguración del Mobile World Congress el pasado domingo.
Alguien cercano a la organización de la ceremonia fue testigo de cómo la persona que llevaba el portafolios con el discurso del Rey dejó por descuido varias hojas sobre una silla al terminar el acto. Mi informante no le dio mayor importancia por cuanto creyó que contenían las palabras que acababa de pronunciar el monarca, y precisamente por ello, se las llevó como un souvenir.
Al llegar a casa, echó los papeles sobre el recibidor de la entrada, se fue a dormir y se olvidó de ellos hasta el día siguiente. Fue el lunes por la tarde cuando decidió mirarlos con la curiosidad de ver cómo aquellas hojas recogían la combinación de los tres idiomas empleados por Felipe VI la noche anterior: castellano, inglés y valenciano.
Se quedó de una pieza al ver que el discurso contenía párrafos enteros que el Rey no pronunció. Esos párrafos son los que paso a transcribir aquí.
«Señoras y señores, les está pasando lo peor que le puede pasar a alguien: que su discurso choque con la realidad. Pero ¿cuál es la realidad? La realidad, hoy, es que tras un año de pandemia y frente a lo que parece el fin de la mayor crisis sanitaria de nuestro tiempo, sólo hay una preocupación que realmente comparta la inmensa mayoría de la gente, la inmensa mayoría de gobiernos y, sobre todo, la inmensa mayoría de economías: la inestabilidad, la incertidumbre, la duda. Ni sus manifestaciones ni sus exageraciones, ni sobre todo sus símbolos a modo de piedras. A la gente de este país le importa mucho más dónde tiene que vacunarse que dónde tiene que manifestarse con ustedes. He aquí su desgracia».
«Señoras y señores, piensen cómo se puede vivir en una casa constantemente en llamas. Piensen cómo se puede desarrollar una economía, cómo se puede gestionar un país, cómo en definitiva se puede planificar una vida en un contexto permanente de agitación y conflicto, que es lo que ustedes quieren, que es lo que ustedes buscan. La gente está harta de que para que a ustedes les vaya bien, a la gente le tenga que ir mal».
«Créanme. El problema de Cataluña no es que el nacionalismo quiera desmantelar al constitucionalismo. El problema de Cataluña es que el nacionalismo quiere desmantelar directamente el Estado de derecho. Eso es lo que está pasando. El nacionalismo moderado en Cataluña no existe».
«En Cataluña se persiguen ideas, hay represión. ¿Lo dudan? ¿Les chirría? ¿Quieren un ejemplo? El entramado institucional que sostiene la Generalitat es el chiringuito antidemocrático y alegal que se han montado las cuarenta familias reaccionarias y vengativas que llevan mandando en Cataluña los últimos 80 años para condenar a la más absoluta muerte civil a los no nacionalistas. Señoras y señores: hay quien quiere independizar a Cataluña, pero hay quien quiere poseer Cataluña, y yo diría que estos son los peligrosos».
Mi confidente se quedó de una pieza, igual que yo cuando fotografió las páginas y me las pasó al WhatsApp.
La única explicación que encontramos a todo esto es que el Rey llevó dos discursos a la cena de la Fira de Barcelona, dispuesto a leer uno u otro en función del recibimiento que le dispensaran. Aunque el presidente Pere Aragonès se negó a recibirle, la velada transcurrió sin mayores incidentes. Eso justificaría que optara al final por el discurso políticamente correcto. El otro es el que extravió el ayudante del monarca.
El caso resulta fascinante por sí solo y tal vez la prudencia me hubiera aconsejado no hacerlo público si no hubiera sido por su colofón, aún más extraordinario. Porque esos párrafos perdidos son exactamente los mismos, palabra por palabra, que leyó este miércoles, en la tribuna del Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián. Con una salvedad: donde el Rey escribió «Cataluña», «nacionalismo» y «Generalitat», el diputado de ERC dijo, acaloradamente, «España», «derecha» y «Tribunal de Cuentas».