El Congreso vivió ayer momentos inenarrables: sorpresa y júbilo que cambiaron en unos segundos de bando cuando Meritxell, mi Meritxell cambió graciosamente el resultado de la votación y el gesto adusto de Sánchez se transformó en una paráfrasis de Clint Eastwood en ‘El bueno, el feo y el malo’ al conocer el voto favorable del diputado popular Alberto Casero: “estaré tranquilo porque sé que mi peor enemigo vota por mí”. Todo el proceso que llevó al disparate parlamentario tenía en su arranque y en su desarrollo aires esperpénticos. Pedro Sánchez intentó la geometría variable y para ello se dispuso a aceptar los votos de Ciudadanos, que les va a pagar con el pase del desdén. Fue muy sorprendente el entusiasmo con el que la bella Inés y sus nueve diputados acogieron el segundo anuncio de Meritxell: corearon junto a socialistas y podemitas el “sí se puede”, lo que prueba el acertado diagnóstico de Nicolás Redondo: “Cuando jugamos a Podemos gana Podemos”, y esto parece de validez universal, por raro que parezca. Ella considera un triunfo que la reforma Chuli no haya salido con los votos de Rufián y Otegi. Algún día entenderá que la condición necesaria y aun la suficiente para este desastre es Sánchez. Él es quien da sentido a la destrucción de España en la que estamos.
También contaba con los votos de los dos diputados de UPN, García-Adanero y Sayas, tras la negociación de Félix Bolaños con el presidente del partido en la que el ministro de la Presidencia vistió de una de esas ofertas que Esparza no podía rechazar. O sea, un chantaje: Vosotros veréis; si no votáis nuestra reforma laboral os madrugamos el alcalde de Pamplona. Para completar, el acuerdo entre Bolaños y Esparza fue cuidadosamente ocultado a los dos excelentes diputados navarros, que no renunciaron a su condición de representantes de la soberanía nacional y votaron que no.
El caso es que el principal partido de la oposición ofreció una versión algo rara de los hechos, de la que cabría deducir un sistema perverso que altera los votos telemáticos de los diputados que votan desde casa por enfermedad u otra causa razonable. ´El votó que no, pero el aparato se lo convirtió en voto afirmativo. Es raro, uno apostaría a ciegas por el error humano para explicar el disputado voto del señor Casero. se podía corregir, según el reglamento del Congreso, siempre y cuando se presentara en el hemiciclo para solicitar el cambio de la votación telemática por la presencial y que eso sucediera antes del comienzo de las votaciones.
El procedimiento requería que después la presidenta del Congreso sometiera la cuestión al juicio de la Mesa. Eso es lo que dijo que había hecho, pero mintió. La Mesa del Congreso no se reunió para examinar el asunto y la letrada de la Mesa, Clara Garrido, recordaba que en el caso del voto telemático es preceptiva la verificación, lo que no se practicó con la lumbrera de Cáceres.
Es descorazonador que la sobrina-nieta del general Batet, el hombre que sometió a Companys la noche del 6 de octubre de 1934 y uno de mis dos grandes héroes republicanos, (la otra era Clara Campoamor) nos haya salido como Meritxell, pero así nos luce el pelo, entre la estupidez y la prevaricación.