IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El espacio político de los naranjas se reduce cada vez más por su incoherencia

Se ha impuesto como un axioma en el análisis político: la culpa del actual drama de Cs la tuvo Rivera por no pactar con Sánchez tras las generales del 28-A de 2019 y abocar a éste a la convocatoria de los comicios del 10-N que supusieron el batacazo del naranjismo. La aparición estos días del libro en el que Rivera no sabe explicar las razones de su postura les sirve para apuntalar esa dichosa tesis a quienes se lanzaron contra él en la última campaña electoral y trabajaron de carteleros de Vox en nombre de una nostalgia socialdemócrata o un pragmatismo centrista un tanto paradójicos. Los votos que perdió Cs no fueron al PSOE sino a la derecha. O sea que a Rivera le castigaron por no hacer algo a lo que sus castigadores tampoco estaban dispuestos. En vez de emperrarse en que tenían razón, mejor harían en revisar esa tesis más que discutible. Y es que entre abril y noviembre del pasado año ocurrieron otras cosas en ese partido que decepcionaron a sus votantes. Ocurrió que Arrimadas se esfumó de la escena catalana. Su salto al Congreso de Diputados no sirvió para que la resistencia constitucionalista al ‘procés’ tuviera un altavoz más potente en la capital de España sino para que se hundiera en la propia Cataluña. El desconcierto y la sensación de fraude que ocasionó en todo su electorado nacional esa literal huida de su musa a Madrid pesaron mucho más que la resistencia de Rivera a un pacto con Sánchez, dudoso en todos los sentidos.

Los tres siguientes capítulos del drama son la precipitada y orquestada dimisión de Rivera, el calculado salto de Arrimadas a la presidencia del partido y el apoyo de ésta al Gobierno sanchista que le ha llevado a un oscuro callejón sin salida con la mejor compañía imaginable del Globo: Podemos, Bildu, el PNV y la Esquerra Republicana que se había jurado combatir. Pero lo peor no es ya ese triste papel de convidada de piedra en la fiesta del populismo. Lo peor es que el efecto directo de ese papel es su fea colaboración en el acoso a Díaz Ayuso y en el cerco a la Comunidad de Madrid, en los cuales Aguado no es más que un peón aunque cumpla esa función con un patético ardor guerrero. Lo peor es que Arrimadas ha aprendido las mañas maniobreras de Sánchez, ese genuino y desleal doble juego de hacer como que apoya a quien está acuchillando.

Sí. El drama de Cs es el chapoteo de su presidenta en el barro sanchista a la búsqueda de un espacio político que se reduce cada vez más gracias a su incoherencia. Y el drama de Rivera es el de otra malograda esperanza blanca: el de alguien que en medio de la pandemia nos habla de su rollo con Malú y que se metió a político cuando lo que quería es salir en el ‘Hola’.