IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Un partido que tome las instituciones en serio no puede convertir una moción de censura en un programa de entretenimiento

COMO espectador de la política admito que me resultaría sugestivo ver a Ramón Tamames dándole a Sánchez algunas lecciones de economía, de memoria histórica, de reconciliación nacional o de principios constitucionales. O de cualquier otra de las muchas materias que el presidente ignora y el antiguo profesor comunista (‘ecomunista’ lo llamó un locutor de la tele franquista en un lapsus impagable) domina con rigor aplastante. Pero la palabra espectador implica la existencia de un espectáculo, y la política no debería serlo como tampoco el Congreso debería convertirse en un plató o un teatro. Antes que audiencia de televisión, incluso que votantes, los españoles somos ciudadanos y como tales merecemos que gobernantes y parlamentarios no se dediquen a divertirnos sino a representarnos. Que los agentes públicos se tomen interés en nuestros asuntos antes que en los suyos y se acostumbren a tratarnos como adultos.

En ese sentido, la moción de censura que Tamames ha decidido encabezar tras dos semanas de titubeos se antoja cualquier cosa menos un proyecto serio. Una oposición responsable está obligada a guardar a las instituciones el respeto que le han perdido el sanchismo y su estrambótica cuadrilla de costaleros. Un partido formal no puede transformar una sesión de las Cortes en un programa de entretenimiento; para eso ya se bastan los separatistas y Podemos con sus ‘performances’ indumentarias y sus gestos gamberros. La iniciativa de Vox constituye una ocurrencia tan singular como descabellada: la regeneración de la vida política pasa, entre otras cosas, por rescatarla de la banalidad populista, abandonar la extravagancia y devolver una cierta sensatez a la actividad de las Cámaras. Como broma, como eutrapelia, como reducción al absurdo, puede tener hasta cierta gracia pero esa ligereza se compadece mal con la gravedad de las circunstancias. Y desde luego inspira poca confianza.

No resulta extraño que la idea haya partido de Sánchez Dragó, un intelectual brillante y excéntrico con vocación de ‘destroyer’ nato. Lo sorprendente es que Abascal, presumible socio de un futuro Gobierno, haya aceptado jugar a ese juego frívolo que trivializa el procedimiento democrático y perfila a su partido con rasgos más estrafalarios de los que ya venía mostrando. De Tamames no hay que preocuparse porque sea casi nonagenario; su talento está fuera de duda y si ha dado el paso es que se siente con recursos de sobra para cumplir el encargo. Cuando iba a las tertulias de Luis del Olmo tenía la costumbre de quitarse los zapatos; ya puesto en faena, bien podría también subir al ambón descalzo. Al fin y al cabo, si se trata de una función recreativa, ‘the show must go on’, que no falte ningún detalle en el escenario. Y en la próxima, que designen por sorteo al candidato. A Sánchez le da igual y por lo visto el Estado aguanta más de lo que pensamos.