ALBERTO AYALA-EL CORREO

Pedro Sánchez tiene muchos defectos. El más importante, que es un hombre de principios tan tenues que los cambia a conveniencia. Pero, a la vez, es un político rocoso y ambicioso, amén de un hombre con suerte.

El primer gabinete de cohabitación de izquierdas desde la República no puede exhibir una trayectoria brillante. En especial en la lucha contra la pandemia. Pero el entorno sigue jugando en su favor.

Les decía hace una semana que el ‘caso Kitchen’ iba a ir laminando poco a poco en los próximos meses las expectativas electorales del PP salvo que Casado arriesgue. El viernes se conocía la imputación del exministro de Interior Jorge Fernández Díaz, la fidelidad a Rajoy hecha persona.

Pero es que al presidente Sánchez se le sigue iluminando el futuro si comparamos su quehacer con el de los dos protagonistas de lo que podríamos denominar el eje de los despropósitos. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, del PP, y el de Cataluña, Quim Torra.

Hace sólo unos meses, Casado ponía a Ayuso como ejemplo de lo que el PP quería para España. Hoy, el modelo liberal de Ayuso, su apuesta por la confrontación con el Gobierno central, recurriendo a la mentira cuando lo ha creído oportuno, es un clamoroso fracaso. Al final ha tenido que pedir ayuda a Sánchez. Y el viernes anunció que se restringen los movimientos al 13% de los madrileños.

Y es que Ayuso ha desoído a sus propios responsables sanitarios, que incluso le han dimitido. Ha pasado de reforzar la atención primaria y de contratar rastreadores, como si el bicho fuera un juego. Resultado: Madrid está al borde del caos sanitario y Sánchez se hará mañana una impagable foto acudiendo en ayuda de la comunidad capitalina dada la absoluta incapacidad de su presidenta.

¿Acabará todo esto con una moción de censura que descabalgue de su cargo a la imitadora de Esperanza Aguirre y encumbre al vicepresidente Aguado, de Ciudadanos, con los votos de la izquierda? No es descartable, pero no parece sencillo. De ocurrir tendría una notable influencia en la política nacional.

El otro despropósito, y aquí llueve sobre mojado, lo encarna Quim Torra. Es probable que el Supremo confirme su inhabilitación por año y medio por desoír a la Junta Electoral y negarse a descolgar del balcón central del Palau de la Generalitat en la última campaña electoral una pancarta por la libertad de los políticos encarcelados por el fallido ‘procés’, a los que se denominaba ‘presos politics’. Una condena que, personalmente, me sigue pareciendo excesiva y que tal vez debería cambiarse por una multa.

Pues bien, Torra ya ha avisado que si se confirma su inhabilitación no adelantará las elecciones que prometió en enero y dejará sumida a Cataluña en otra nueva interinidad al menos por cuatro meses más. Sin duda teme que su horrible gestión de la pandemia juegue en favor de ERC en las urnas. Y teme, además, la división en tres partidos de la antigua Convergencia: Junts, el PDeCAT y el PNC de Marta Pascal, el enlace catalán del PNV.

Sánchez, que tiene casi garantizada la aprobación de los Presupuestos de 2021, sigue siendo un hombre con suerte.