El elefante blanco llega al Congreso

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/02/16

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: La historia de la frase An elephant in the room que cuenta la Wikipedia inglesa es entretenidísima. Al parecer, el primero en usarla fue el poeta ruso Ivan Andreyevich Krylov, que llaman el La Fontaine ruso. En 1814 escribió la fábula El hombre inquisitivo. Un hombre que visitaba un museo y daba cuenta de todo tipo de objetos, hasta el más pequeño, pero le pasaba por alto el elefante que había en una sala. La frase y el paquidermo viajaron luego hasta Dostoievski, que hizo referencia al hombre inquisitivo para caracterizar a un personaje de Los endemoniados (1872). Diez años más tarde Mark Twain escribió El robo del elefante blanco, un cuento hilarante y malintencionado sobre la pesquisa policial de un elefante a la vista de todos.

El artículo de la Wikipedia relaciona este cuento de Twain con una referencia legal estadounidense (aunque la originaria no es Usa versus Leviton sino Usa versus Antonelli Fireworks, de 1946): «Es como la historia de Mark Twain del niño al que se le mandó al rincón y se le dijo que no pensara en un elefante blanco». Aunque yo no he sabido ver en el cuento nada que haga pensar en eso, que tan precisa y extrañamente, por otra parte, remite al famoso marco elefantiásico de Lakoff. El Oxford Dictionary data el primer uso de la frase como símil en 1951, en el Times, a propósito del problema de la financiación de las escuelas, un problema que no se puede ignorar igual que no se puede ignorar un elefante en la habitación. En las hemerotecas españolas practicables la expresión no aparece hasta la última década.

Sin embargo falta un escalón evolutivo entre esos precedentes y su sentido actual, del que da razón con precisión apreciable la wiki española: «Un elefante en la habitación es una expresión metafórica que hace referencia a una verdad evidente que es ignorada o pasa inadvertida. También se aplica a un problema o riesgo obvio que nadie quiere discutir. Se basa en la idea de que sería imposible pasar por alto la presencia de un elefante en una habitación. Entonces, las personas en la habitación que fingen que el elefante no está ahí han elegido no lidiar con el enorme problema que implica».

He de confesarte, liberada, que hasta que decidí escribirte estas cartas tú eras mi elefanta. Y que el principal motivo de escribírtelas es el de encararme con la evidencia de tu existencia inexorable, y así desarmarte. Pero este asunto queda para otro día. Si hoy te escribo del elefante que no está ahí, estándolo, es solo por la sesión de investidura de la semana próxima y el conjunto de las viciosas negociaciones que han desembocado en ella. Y vete a saber si también, inconscientemente, por estos días de recuerdo del 23-F, y aquel «elefante blanco» de las admirables crónicas de Martín Prieto–no hay nada a su altura en el periodismo ni de su época ni de muchas épocas, como bien sabía su prologuista– que tenía las orejas del Rey, la trompa de Alfonso Armada y las patazas de Fernando Santiago y Díaz de Mendívil.

El elefante de la investidura está cuatribarrado y es la única causa de que la gobernación española esté bloqueada. Y va a seguir estándolo mientras los políticos empeñados actúen como Jimmy Durante, aquel cómico de un musical de Broadway que iba tirando de un elefante y cuando la policía lo paraba y le decía: «Pero hombre, ¿qué haces con ese elefante?» respondía, perplejo: «¿Qué elefante?». No hay ninguna otra causa que impida la investidura más que el proceso separatista. Los nacionalistas catalanes pueden decir con verdad e infeccioso orgullo que han bloqueado la vida política española.

El éxito principal del nacionalismo no ha sido romper la unidad civil catalana, sino agrietar la española. Y no solo porque su populismo pionero, su frivolidad antisistema y su adhesión al desacato hayan contaminado las prácticas políticas generales, sino por algo más objetivable. Por primera vez en el Congreso hay, al menos, 97 diputados partidarios del derecho de autodeterminación, lo que supone casi un 30%. Estos diputados son hoy la auténtica minoría de bloqueo de un acuerdo de gobierno. Y su presencia supone que, por vez primera en la historia democrática, la dialéctica izquierda/derecha ya no define por completo las relaciones democráticas.

Como lleva pasando en Cataluña desde hace mucho tiempo la dialéctica decisiva se enrosca alrededor del nacionalismo. El Psoe y el partido Podemos hubiesen pactado de no ser porque el éxito del segundo (su filial ganó las elecciones en Cataluña) depende en buena medida de la reivindicación autodeterminista. El pacto de la izquierda sería solo posible si el Partido Socialista se decidiese a hablar del elefante con su aliado. Si no lo hace es porque sabe que el elefante los desune. La paradoja sensacional es que tampoco habla del elefante con el Partido Popular porque sabe que hacerlo los une irremisiblemente.

Una de las versiones del elephant in the room cambia de animal y escoge un rinoceronte. Con este otro megafauno se enzarzaron Russell y Wittgenstein a propósito de la imposibilidad lógica de afirmar la inexistencia. Es fama que Russell cogió el rinoceronte del realismo por los cuernos y después de buscar por toda la habitación, a gatas incluso debajo de la mesa, demostró furiosamente a su espabilado discípulo que no había ningún rinoceronte. El filósofo Ray Monk, biógrafo de Wittgenstein, vincula este episodio filosófico con un maravilloso delirio daliniano. Nuestro pintor estaba obsesionado con Vermeer y en especial con La encajera: «En ese cuadro todo converge exactamente hacia una aguja que no está dibujada pero sí perfectamente sugerida».

La aguja de Vermeer, propiciada por el tema, se convirtió en el cuerno de un rinoceronte: «La encajera es, morfológicamente hablando, los cuernos de un rinoceronte», sigue escribiendo, y uno oye su énfasis, su acento, aquella juerga perpetua. Obviamente, su versión del cuadro, nacida en el Louvre, delante del vermeer y ultimada luego en el zoo de Vincennes, frente al rinoceronte François, es un apocalipsis de cuernos rinocerónticos. Relatando el episodio, el biógrafo Monk concluye: «Diremos que Dalí triunfó allí donde Wittgenstein fracasaba». Encontró el megafauno.

No es delirio asegurar que la semana que viene asistirá un elefante al Congreso, para el que quiera verlo.

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 28/02/16