Vicente Vallés-El Confidencial

  • Incluso si su estrategia fuese la acertada, el PP cayó en la tentación habitual cuando alguien trata de aparentar lo que no es: pasarse en la dosis, hasta resultar más papista que el papa

El Gobierno lleva semanas a merced del temporal provocado por el caso del espionaje, por las tensiones con sus socios, por las empobrecidas previsiones económicas, por la subida de los precios… Y lleva ese mismo tiempo tratando de forzar un cambio en el tema de conversación general con la menstruación dolorosa, el aborto sin limitaciones paternas desde los 16 años, la abolición de la prostitución o la genética corrupta del PP de Feijóo (aunque los casos de referencia mediática en este momento daten de hace una década). Nada de esto hace que la marejada se sosiegue. Aun así, Pedro Sánchez se mantiene firme al timón. Es cierto que la nao da bandazos, pero no ofrece muestras de estar a punto de zozobrar. No todavía. A veces, con los votos de babor y, en otras, con los de estribor, el presidente saca adelante los proyectos en los que suma una mayoría, y evita presentar aquellos en los que queda en minoría. Sánchez siempre gana y, cuando va a perder, no se presenta. 

Pero, además, Moncloa cuenta con la muy estimable ayuda de sus adversarios, siempre dispuestos a la autolesión. Se introducen, sin motivo aparente que les obligue, en barrizales perfectamente evitables. Véase, como prototipo, la significativa decisión adoptada por Alberto Núñez Feijóo de utilizar la expresión «nacionalidad catalana». Lo hizo en Barcelona ante un auditorio de empresarios en el Cercle d’Economia: «Para una nacionalidad como la catalana, la opción más acorde con la preservación de la estabilidad y su identidad es la recuperación de su liderazgo en España y la contribución a un Estado y a una Unión Europea vigorosa». Dicen en el PP, y con razón, que Feijóo no hizo otra cosa que reivindicar el artículo 2 de la Constitución, en el que se diseña una España de «nacionalidades y regiones». Pero la importancia de una declaración política no deriva solo de sus palabras textuales, sino de dónde, cuándo y ante quién se pronuncian, porque entonces se aprecia la intención del orador. En su primer discurso en Cataluña como líder del PP, Feijóo pudo decir «Cataluña», a secas, pero prefirió la expresión «nacionalidad catalana». No es gratis.

Feijóo aplicó una política galleguista, electoralmente muy exitosa, en sus tiempos como presidente de la Xunta. Consiguió, así, frenar las ínfulas del BNG y alcanzar cuatro mayorías absolutas consecutivas. Ahora, como presidente del PP nacional, pretende reflotar a su partido en Cataluña, en la fe de que aquello que funcionó en Galicia también funcionará en el ecosistema político catalán, cuando lo que en realidad ha dado votos a los partidos nacionales en Cataluña (en diferentes épocas, a PP, Ciudadanos, Vox e, incluso, al PSC) ha sido defender la españolidad, porque las posturas nacionalistas e independentistas ya están ampliamente cubiertas por otros partidos. 

Pero, incluso si la estrategia de Feijóo fuese la acertada, el PP cayó en la tentación habitual cuando alguien trata de aparentar lo que no es: pasarse en la dosis, hasta resultar más papista que el papa. Así, se hizo presente en el debate, sin miramiento alguno, el nuevo número tres del partido, y consejero andaluz, Elías Bendodo. En una entrevista en el diario ‘El Mundo’, nos informó de que, según el nuevo Partido Popular, «España es un Estado plurinacional». Y lo dijo a un mes de las elecciones autonómicas en Andalucía. Sin red. 

Bendodo tardó —según la terminología juvenil en boga— ‘cero coma’ en desmentirse a sí mismo, y pasó de un extremo al otro. Nos explicó que «España es una nación indisoluble», antes de hablar de las diferentes identidades de nuestras 17 comunidades autónomas, y todo lo demás. Pero, como nada de eso resultaba suficiente para calmar a sus propios votantes, Feijóo se tuvo que hacer presente de nuevo para sentar doctrina: «España no es un Estado plurinacional, ni lo será». Por entonces, ya había comparecido Isabel Díaz Ayuso, con su conocido deje cheli, para constatar «los embrollos en los que nos vamos metiendo». Dicho a pocas horas de hacerse con la presidencia del PP madrileño y, como consecuencia, con un enorme poder interno en el PP nacional. Es la primera vez que Ayuso matiza al nuevo presidente de su partido. También matizó al anterior, con las secuelas conocidas.

En política, tu rival empieza a ganarte la partida cuando le compras su lenguaje. Feijóo disfrutó de sucesivas victorias en Galicia plantando cara a lo que él califica como «neocentralismo». Pero, en Galicia, la nacionalidad gallega se entiende como una forma de ser español, mientras que en Cataluña o el País Vasco se traduce como el asa al que agarrarse con el objetivo de coger impulso para marcharse de España. Feijóo intentaba de nuevo dar la mano, olvidando que sus mayores hicieron lo mismo y les cogieron el brazo. Pero en política, como en la vida, pocos aprenden en cabeza ajena.