Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El pasado mes de abril vimos los aeropuertos atestados, las playas abarrotadas, las terrazas ocupadas, los restaurantes al completo y los hoteles sin plazas libres. Consecuencia, el mes ha sido el mejor para el empleo en muchos años. La afiliación a la Seguridad Social aumentó en 238.400 personas, una cifra impresionante, y las listas del paro se redujeron en 73.900. Parece una incongruencia pero no lo es, pues esos vaivenes se producen como consecuencia de los cambios operados en la población activa. Es decir, el paro cuenta a los que no trabajan pero quieren trabajar y así lo manifiestan inscribiéndose en las listas oportunas. Pero puede suceder que aumente o baje menos, incluso con creación de empleo, si la lista de nuevos demandantes crece más, como así ha sucedido. Y esto puede ser positivo pues indicaría que la gente recupera la esperanza de encontrar un trabajo y se toma la molestia de solicitarlo.
Se pueden poner las objeciones habituales: hay mucho empleo público que crece de manera desaprensiva, el Gobierno no termina de dar cifras coherentes de los fijos discontinuos, a pesar de haber dispuesto de tiempo más que suficiente para recogerlas y se puede recordar que seguimos manteniendo unas cifras vergonzantes en el espacio europeo y escandalosas en el sector juvenil. Se puede, pero lo que no se puede, ni se debe, ocultar es la tan sorprendente como gozosa realidad de que España crea empleo, a pesar de las dificultades a las que se enfrenta. Con una inflación disparada, unos salarios reales en retroceso y unas subidas de intereses que se acercan a su techo porque ya han subido mucho (ayer el BCE lo hizo en un 0,25%) y porque los bancos centrales se han asustado con los recientes episodios bancarios.
La única conclusión descorazonadora es que la estructura de la economía española y, en consecuencia, la del empleo, cambia a ritmo muy lento, demasiado lento. Si se fija en la evolución de los sectores que crean empleo encontrará en la cúspide, cómodamente asentado, al sector servicios. ¿Seguimos siendo un país de camareros y bares? Pues en gran medida sí. Claro que es mucho mejor eso que el paro, claro que el turismo es un sector tan noble como cualquier otro, claro que nos ha sacado de muchos apuros y claro que le hemos echado en falta cuando desapareció por culpa de la pandemia. Todo eso es cierto, ¿pero es el modelo que queremos? ¿Es el modelo que necesitamos para enfrentarnos al futuro? Quizás no, pero es el modelo que tenemos, así que ¡cuidémoslo!