Editorial-El Español

Gustavo Petro ha convertido su visita a España, donde ha sido recibido con los máximos honores, en un acto de campaña para consumo interno entre el electorado de su país. Si la respuesta de Vox a la visita del presidente colombiano, al que dejó plantado en el Congreso de los Diputados y comparo con Otegi, ha sido lamentable (Petro no deja de ser el presidente democráticamente elegido por un pueblo hermano como el colombiano), sí es cierto que la diplomacia española debería haber actuado discretamente para aleccionar al mandatario acerca de cómo podrían ser recibidas por los ciudadanos españoles algunas de sus ofensas más hirientes.

No se comprende, en primer lugar, que Petro pronunciara un discurso incendiario contra «el yugo» español durante su discurso del 1 de mayo y apenas unas horas antes de su visita oficial a España. Y no se entiende porque la relación del Día del Trabajador con los muy caducos rencores históricos que una parte de la izquierda latinoamericana pueda todavía conservar contra España es nula. ¿Qué necesidad había, en fin, de insultar al país que Petro se disponía a visitar en sólo unas horas?

No se comprende tampoco que Petro, un hombre adulto y con responsabilidades políticas del más alto nivel, se comportara como un activista callejero negándose a vestir el frac protocolario durante la cena de gala que los reyes de España dieron en su honor por considerarlo «un símbolo que tiene que ver con las élites, con la antidemocracia».

Como es evidente, los códigos de vestimenta no tienen absolutamente nada que ver con las élites y mucho menos con la antidemocracia. Los códigos de vestimenta son una señal de respeto por el prójimo, pero muy especialmente de respeto por los anfitriones, y nadie demuestra más vocación de élite que aquel que se desmarca del resto de asistentes y hace ostentación de ello para simbolizar su resistencia frente a no se sabe qué opresión «antidemocrática». Que Petro lo hiciera con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica al cuello sólo añade absurdo al desplante.

Y no se comprende, finalmente, que durante su rueda de prensa de ayer jueves junto a Pedro Sánchez, Petro insistiera en sus muchos errores con unas declaraciones que no pueden calificarse de otra manera que grotescas: «En el bachillerato nos enseñaron que el feudalismo era un sistema de dominación en el que la gente estaba separada en dos clases: los siervos y los señores de la tierra. En la película (sic) Juego de tronos se muestra un poquito cómo era».

Cabe preguntarse dónde cursó el bachillerato Gustavo Petro; qué tipo de feudalismo se vivió en Colombia entre 1810 y 1819, más de tres siglos después del final del feudalismo, durante la guerra de independencia colombiana; y, sobre todo, qué gobernante serio de un país perteneciente al club de las democracias avanzadas utiliza una serie de TV de fantasía, con dragones, magia y muertos vivientes, para justificar sus escasísimos conocimientos y disparatadas teorías acerca de la historia de España e incluso la de su propio país.

Gustavo Petro ha recibido durante su estancia en España, entre otros honores, las medallas del Congreso y del Senado. Ha sido agasajado por los reyes y ha recibido la llave de oro de la capital española, Madrid. Ha sido recibido por la CEOE y por varios ministros, y hoy viernes recibirá la medalla de la Universidad de Salamanca. Habría sido deseable que, teniendo todo eso en cuenta, el presidente colombiano se abstuviera de retar la paciencia de sus anfitriones e hiciera gala, al menos durante unas horas, de la misma buena educación y cortesía con la que le han tratado durante su visita los españoles.