Kepa Aulestia-El Correo

El CIS había sondeado las preferencias y los pronósticos ciudadanos sobre la presidencia del Gobierno en vísperas del 23-J. Sus resultados se han conocido esta semana, destacando que Pedro Sánchez ganaba a Alberto Núñez Feijóo en más de siete puntos en cuanto al deseo de los encuestados. Mientras el líder popular sacaba casi veinte puntos de ventaja al secretario general socialista en las previsiones de la gente. Las elecciones a doble vuelta –mayo y julio– hicieron que el clima plebiscitario proyectara una imagen presidencialista del sistema en su conjunto. Realzado por las dificultades que se presumen para que el Rey proponga a uno de los candidatos a la investidura, descartando o manteniendo en reserva al otro. De modo que el ‘tracking’ de Tezanos subrayaría el carácter presidencialista de la política partidaria en España, también porque los votantes de los grupos con los que cuenta Sánchez para ser investido de nuevo mostraban por amplísima mayoría su preferencia por el candidato socialista.

Los datos del CIS confirmarían que la segunda semana de campaña hizo variar tendencias. Con ello decaerían las autocríticas que Pedro Sánchez fue desgranando entrevista a entrevista durante la primera semana. Al tiempo que Núñez Feijóo se vería también exonerado por el CIS de haber albergado expectativas que coincidían con las manifestadas por los ciudadanos. Tras un escrutinio extremadamente igualado entre las derechas por un lado y las izquierdas junto al nacionalismo más o menos independentista por el otro, el efecto inmediato es que ni los dos principales partidos de España ni los demás representados en las Cortes ven necesidad alguna de tomarse un tiempo para la reflexión y, eventualmente, para la corrección de su respectiva política. La posibilidad de que nadie sea investido y todo acabe en una repetición electoral contribuye a que se repitan, argumento por argumento.

Se da la circunstancia de que, con excepción de EH Bildu, todos los grupos parlamentarios perdieron el 23-J en un sentido u otro. En votos y escaños, perdió sobre todo el independentismo catalán. Pero solo la CUP ha decidido «refundarse», se supone que en otra CUP. ERC y Junts se disponen a apurar sus oportunidades en la negociación con Sánchez, mientras Pere Aragonès trata de agotar la legislatura en precario. El PNV elude toda reconversión en tiempo de zozobra, a la espera de que las aguas de la izquierda abertzale bajen de nivel, pero a riesgo de que se le haga tarde para comprender que ya es un partido como los demás. Y EH Bildu ha decidido personarse como el aliado incondicional de Sánchez –y de Chivite–, en una huida con la que trata de hacerse valer para colocarse por delante del pragmatismo jeltzale mientras se blanquea del todo. Pero el tránsito del maximalismo armado al minimalismo sanchista es un viaje tan desconcertante para los demás que parece imposible que de él disfruten los propios. Parece imposible que se erija en una nueva ideología que se vuelva hegemónica hasta en la bienquedista sociedad vasca.